Jesús resucita y sale triunfante sin romper el sello del sepulcro. Un Ángel, más tarde, quitó la piedra que cerraba la entrada del monumento. Para resucitar verdaderamente, quita la piedra de tropiezo de tu corazón, es decir, la pasión dominante que cada día te arrastra al mal. Busca cuál es, en qué defecto o pecado caes a menudo, y, una vez conocido, combátelo, arráncalo del corazón. No tengas miedo si cuesta sacrificios, si requiere fortaleza y valor; te alegrarás, más tarde, por la victoria, que es victoria eterna.
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Era costumbre de los judíos envolver y embalsamar el cadáver. Jesús también fue envuelto en una sábana blanca, pero, al resucitar, dejó las vendas y el sudario en el sepulcro. Quitemos las vendas materiales que nos impiden la vida nueva, es decir, el apego a la riqueza, a nuestro honor, a nosotros mismos, a alguna persona, a las comodidades, a los caprichos… Son todos hilos que nos impiden no solo volar a lo alto, sino que nos impiden resucitar eficazmente. Examina cuántos hilos te atan al pecado, a la tierra.
(Agostino Berteu, Meditaciones para todos los días del año)
(Traducido por Marianus el eremita)