Dulce padre mío, con esta dulce mano le ruego y le solicito, venga a desconcertar a nuestros enemigos.
En el nombre de Jesucristo crucificado le digo: niéguese a seguir los consejos del demonio, quien retrasaría su santa y buena resolución. Sea hombre a mis ojos, y no un temeroso. Responda al Señor, quien lo llama a sostener y ocupar la silla del glorioso pastor San Pedro, cuyo vicario ha sido usted. Y alce el estandarte de la santa cruz; dado que al haber sido salvados por la cruz—así dice Pablo—alzando su estandarte, que a mi entender es refrigerio de los cristianos, seremos liberados – de nuestras guerras y divisiones, y muchos pecados, el pueblo infiel de la infidelidad. Así vendrá y conseguirá la reforma, dando buenos sacerdotes a la Santa Iglesia. Llene el corazón de ésta con el amor ardiente que ha perdido; al haber sido drenada de su sangre por hombres perversos que la han devorado, dejándola completamente debilitada. Reconfórtese y venga, padre, ya no haga más esperar a los servidores de Dios, que están afligidos por su deseo.
Y yo, pobre, miserable mujer, no puedo esperar más; viviendo, parezco morir en mi dolor, viendo a Dios tan agraviado.
Santa Catalina de Siena
Carta al papa Gregorio XI
(Artículo original. Traducido por Marilina Manteiga)