Toda la tierra se cubrió de tinieblas

“Toda la tierra se cubrió de tinieblas” (Mt. 27, 45)

Con estas palabras, la Escritura nos presenta el horror de la creación ante la muerte del Señor. “Toda la tierra se cubrió de tinieblas” a causa del pecado de los hombres, que le llega a costar la sangre al Hijo de Dios. “Toda la tierra se cubrió de tinieblas” porque “ésta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas” (Lc. 22, 53), había dicho el Señor cuando lo apresaron.

“Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 3, 19). Seguimos prefiriendo la oscuridad cuando nos olvidamos del Señor, cuando rehuimos su gracia, su verdad y su caridad, y nos quedamos en nuestros pecados.

Y si nosotros no actuamos como debemos, entonces todo el universo lo hará por nosotros. “Si ellos callan, gritarán las piedras” (Lc. 19, 40), dijo el Señor justamente el domingo de ramos, a aquellos que no querían escuchar el canto de los infantes: “Bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt. 21, 9).

“Y así sucedió” (Gn. 1, 9). Los hombres se mofaban de Cristo, lo insultaban y lo escupían. «Sufrió todo género de dolor», como dice santo Tomás[1]. De parte de los hombres, padeció de gentiles y judíos, de hombres y mujeres, de jefes y ministros y de la plebe, de familiares y conocidos. De parte de lo que el hombre puede padecer, Cristo padeció en sus amigos que le abandonaron; en su fama por las blasfemias; en su honor y en su gloria por las burlas y afrentas; en sus bienes porque le quitaron hasta su ropa; en su alma por la tristeza, el tedio y el temor; en su cuerpo, por las heridas y los azotes. En los miembros de su cuerpo, Cristo padeció en su cabeza, con la coronación de espinas; en las manos y los pies al ser clavado en cruz; en la cara por las bofetadas y salivazos; en todo su cuerpo por los azotes; en todos los sentidos: en el tacto por los latigazos y los clavos, en el gusto por darle a beber hiel y vinagre, en el olfato por ser colgado en un lugar maloliente, en el oído al ser herido por blasfemos y burlones, y en la vista “al ver llorar a su madre y al discípulo amado” (Jn. 19, 26).

Y los hombres, endurecidos. Nosotros, endurecidos. Por eso “toda la tierra se cubrió de tinieblas”, porque está ausente el temor de Dios, porque los hombres no se conmueven ante la muerte del Justo y del Inocente, porque nosotros seguimos en nuestros mismos pecados, sin vencer el pecado mortal, y sin luchar contra nuestros vicios dominantes. “Toda la tierra se cubrió de tinieblas” porque a nosotros no nos conmueve ni siquiera la muerte de Dios. Y seguimos pecando…

Entonces es cuando los astros se conmueven, ante semejante horror, como nos enseñan los Padres de la Iglesia. Como dice Orígenes: «Que durante tres horas “toda la tierra se cubrió de tinieblas” en Judea, muestra que, a causa de sus pecados, por espacio de tres horas fueron privados de la luz»[2]. «El eclipse sucedió porque la creación deploró lo acontecido, y para significar que el comportamiento demente de los judíos [y de los nuestros, podemos agregar] había oscurecido sus mentes, y la luz del intelecto les había abandonado»[3], como dice Apolinar de Laodicea. También san Jerónimo sostiene lo mismo: «La luz más resplandeciente del mundo, es decir “la gran luminaria” (Gn. 1, 16), retiró sus rayos para no ver al Señor suspendido en el patíbulo o para que los impíos blasfemos no gozaran de su luz»[4].

“Toda la tierra se cubrió de tinieblas” porque es pisoteada la fe por los creyentes, porque es despreciado el orden natural en los seres humanos, por el avance de leyes antinaturales, por la osadía de los malos y la cobardía de los que deberían ser buenos, sobre todo de sus pastores.

Y sólo unos pocos permanecen de pie, erguidos, al lado de la cruz. María Santísima, san Juan, y las otras Marías. Los demás, ausentes. Por eso “toda la tierra se cubrió de tinieblas”. ¿Dónde están sus discípulos? ¿Dónde están los que Jesús curó? ¿Dónde los que Jesús enseñó? ¿Dónde los que aclamaron a Cristo como Rey, el domingo de ramos? Tienen miedo. Se fueron. Ausentes. ¿Dónde estamos nosotros, cuando Cristo debe ser nuestro Rey? ¿Cuándo debemos aclamarlo en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro lugar de recreación? ¿Para qué nos sirve el ramo que nos llevamos? ¿Sólo como testimonio contra nosotros? Por eso “toda la tierra se cubrió de tinieblas”.

Pero además, los sucesos de la muerte de Cristo son una mera imagen de los que ocurrirán antes de su segunda venida. Como dice el padre Castellani: «Cristo conecta proféticamente su Primera y Segunda Venida, indicando que el estado de la religión será parecido en ambos momentos, el primero y el último»[5]. “El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre” (Jl. 2, 31; Hech. 2, 20), “los astros caerán del cielo, y las potencias del cielo serán conmovidas” (Mt. 24, 29), “habrá terremotos en diversos lugares, y habrá hambres” (Mc. 13, 8). Y de modo semejante a como lo abandonaron a Cristo sus discípulos y las multitudes, también cerca del fin “se escandalizarán muchos, y mutuamente se traicionarán y se odiarán. Surgirán numerosos falsos profetas, que arrastrarán a muchos al error; y por efecto de los excesos de la iniquidad, la caridad de muchos se enfriará” (Mt. 24, 10-12). ¿No es eso lo que vemos? ¿No están sucediendo cosas inauditas, en el cielo y en la tierra? ¿Grandes terremotos y tsunamis, eclipses extraños como el que vendrá el próximo martes? ¿No vemos que la maldad avanza? ¿No vemos la ausencia de la gente de la práctica religiosa? Pocos se confiesan, pocos asisten a Misa, pocos comulgan. Da todo igual. No existen familias cristianas. ¿Quién puede nombrarme una sola familia numerosa en la cual todos sean practicantes y vivan habitualmente en gracia de Dios? “La caridad de muchos se enfriará”, hasta el punto que Cristo dijo: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc. 18, 8)

¿No vemos los falsos profetas? Fuera de la Iglesia, los repetidores de la opinión pública, que le dan más importancia a la última novedad que a la Palabra de Dios; que importa más el consenso que la verdad (sí, ese consenso que traicionó a Cristo, la primera democracia de la historia). Esa nueva religión universal, que se hace con el diálogo, y no con lo que Dios nos dice a través de su única Iglesia, “columna y fundamento de la verdad” (1 Tim. 3, 15).

Falsos profetas dentro de la Iglesia, porque “no hacen lo que dicen” (Mt. 23, 3), porque, como dice el Profeta Malaquías, “los labios del sacerdote guardan la doctrina, y de sus labios se ha de aprender la Ley… pero vosotros os habéis apartado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley” (Mal. 2, 7-8). El fariseísmo, la corrupción de lo religioso, el pecado contra el Espíritu Santo, como dice el padre Castellani[6], ha entrado en la cúspide de la Iglesia. Y muchas almas se van al infierno por los malos cardenales, obispos y sacerdotes que dan malos consejos, que recomiendan una solución contraria a la fe, o que viven en doble vida, escandalizando las almas más pequeñas (como un grupo de Pastores, simbolizados en el Cardenal Kasper, que recomiendan violar el sacramento del matrimonio, para que más personas puedan acceder a la Comunión; ¿se creerán más misericordiosos que Nuestro Señor Jesucristo, que dijo: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt. 19, 6)? ¿O será que Kasper dio su sangre por nosotros para librarnos del infierno? ¡Y esto dicho en el mismo Vaticano!) Como dice san Pablo: “Si bien conocen que según lo establecido por Dios los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen en los que las practican” (Rom. 1, 32).

Hay abundancia de falsos profetas. Y aunque Cristo no ha de dejar de asistir a su Iglesia hasta el final de los tiempos, reservando un “pequeño rebaño” (Lc. 12, 32), al modo de la Virgen, Juan y las tres Marías al pie de la cruz, los demás se van a ir y van a huir… ¿No estamos viendo eso? ¿No se dan cuenta que estamos cada vez más cerca de la Parusía?

Hay sólo una diferencia crucial entre las dos Venidas de Cristo: la primera, en carne, fue para traernos el perdón y la misericordia; la segunda será para el castigo y la justicia. Depende de nosotros ahora, qué queremos elegir…

Por eso, hoy debemos ser santos. Mañana es tarde. Hoy. Debemos hacer una sincera confesión. Debemos acabar para siempre con el pecado mortal. Y si vivimos siempre en gracia de Dios, por su infinita misericordia, debemos dejar definitivamente el pecado venial deliberado, el conocido y querido. Sólo así seremos lo que debemos ser. Sólo así encenderemos el mundo. Sólo así seremos el resto fiel. Sólo así seremos sal de la tierra y luz del mundo.  Si no, no servimos para otra cosa que “para ser tirados y pisados por los hombres” (Mt. 5, 13).

Padre Jorge Luis Hidalgo

[1] III, 46, 5.

[2] Serie de comentarios al Ev. de Mateo, 134.

[3] Fragmentos sobre el Ev. de Mateo, 142.

[4] Comentario al Ev. de Mateo, 4, 27, 45.

[5] El Evangelio de Jesucristo, ed. 1957, p. 236.

[6] El Evangelio de Jesucristo, ed. 1957, p. 136.

Padre Jorge Luis Hidalgo
Padre Jorge Luis Hidalgo
Nació en la ciudad de la Santísima Trinidad, el día de la primera aparición de la Virgen de Fátima, durante la guerra justa que Argentina libró contra Inglaterra por las Islas Malvinas. Estudió en Ingeniero Luiggi, La Pampa, Argentina. Ingresó al Seminario San Miguel Arcángel, de "El Volcán", San Luis. Fue ordenado sacerdote el día 20 de marzo de 2009, por cercanía a la fiesta de San José. Luego de distintos destinos como sacerdote, actualmente es vicario parroquial en la parroquia San Juan Bosco, de Colonia Veinticinco de Mayo, La Pampa, desde el 6 de mayo de 2017. Desde el día de la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de América, del año 2017 es Licenciado en Educación Religiosa, por la Universidad de FASTA

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