¡Bienvenido de nuevo, señor Reverendo!

Mientras releía las líneas de un escrito precedente, me ha venido a la cabeza otra categoría de personas cuya imagen ha desaparecido ya casi de las calles de nuestras ciudades. Me refiero a la figura del sacerdote con su inconfundible y elegante sotana. Es muy cierto que numéricamente los sacerdotes han disminuido, pero no hasta el punto de ser invisibles. La causa de su invisibilidad es otra. Hace parte del cesto de fruta variada ofrecida a los sacerdotes de hoy por los vértices de la Iglesia católica tras el Concilio Vaticano II. Dichos vértices inauguraron la nefasta inversión de las prioridades en la doctrina católica de siempre, sustituyendo el Teocentrismo por el antropocentrismo. Por lo tanto, ya no está Dios en el centro del universo, sino el hombre. Es él el objeto de toda reverente atención, el beneficiario de todo honor, privilegio, consintiéndole la máxima libertad en todo campo, incluido su vestido. De aquí la intolerancia por la sotana, sustituida por vestuario de gusto personal; todo sacerdote puede vestir como quiere. Es fácil explicarse entonces por qué no se ven ya sacerdotes por la calle.

Y pensar que el uniforme del sacerdote católico resume en sí mismo una infinita gama de valores. Símbolo de pertenencia, de fidelidad, de unión, de entrega por el prójimo, de libre elección, de sacrificio de la propia vida si es necesario y de igualdad entre todos los que la llevan. Disimular el estado religioso con el vestido del laico significa abdicar dichos valores. Desgraciadamente, los sacerdotes que practican dicho transformismo son muchos. Hoy, para ser más semejantes al “pueblo de Dios” llevan vaqueros rotos adrede y camisetas playeras. Por otra parte, al no ser ya pastores, se convierten ellos mismos en rebaños sin guía. No obstante, no es necesario condenar sin apelación a estos pobres sacerdotes, sino ayudarles fraternalmente a lo largo de su difícil camino minado. Al buen Dios no le faltarán las ocasiones de servirse de los pocos sacerdotes y laicos que se han mantenido fieles a la Tradición para continuar su silenciosa obra de transmisión de la misma. ¿Cómo? No lo sabemos, pero las señales que Él nos mandará serán fuertes y claras.

Como la gorra del taxista tiene un significado calificador, así el sacerdote tiene una prenda de vestir (la misma llevada por Jesús), cuyo aparecer puede todavía generar movimientos de alegría espontánea. Me ha sucedido en los rincones más remotos del mundo. ¡Cuánto me he alegrado con esos sacerdotes a causa de la sotana que llevaban, añadiendo el comentario de quien la ha definido una prenda de línea de rara elegancia, y ellos me han respondido con una sonrisa más luminosa que el sol!

A veces se dice que algunos encuentros suceden por casualidad. Es verdad, con tal que se dé a la “casualidad” su verdadero significado, como el cardenal Giacomo Biffi definió: “la casualidad es la firma de Dios cuando viaja de incógnito por el mundo”.

L’amanuense

(Traducido por Marianus el eremita /Adelante la Fe)

SÍ SÍ NO NO
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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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