Que la abolición del celibato sacerdotal sea uno de los objetivos de cuantos quieren aprovechar el inminente Sínodo sobre el Amazonas para cambiar y así distorsionar la recta Doctrina, es un hecho bien conocido. Que este también sea el objetivo del Sínodo de la Iglesia alemana, con el Cardenal Marx a la cabeza, también lo es. Porque, en sentido opuesto, que esto no deba y no pueda llevarse a cabo se sabe, por los llamamientos, magistralmente claros, de la intervención del Cardenal Raymond Leo Burke que se publicará en el próximo número del mes de octubre de Radici Cristiane. Intervención, de la cual ofrecemos aquí una amplia anticipación.
En el artículo titulado Pertenecer totalmente a Cristo, el Cardenal Burke explica que «la identidad ontológica sacerdotal con Cristo, Cabeza y Pastor del rebaño del Padre en cada lugar y en todo momento» incluye «el celibato, es decir, la perfecta continencia para el Reino de los Cielos. Cuando este ofrecimiento es hecho con verdadera alegría, los fieles no pueden dejar de ver en el amor célibe un reflejo del amor fiel y duradero de Cristo por ellos. Al mismo tiempo, ofrecido con alegría, el celibato llena el corazón del sacerdote con un amor puro y casto por los fieles, así como con el deseo de entregarse cada vez más íntegramente a su servicio«.
Por lo tanto, el celibato sacerdotal debe ser vivido como una dedicación total al servicio de Dios y de los hombres, antes que nada a imitación de Cristo Sumo Sacerdote, quien observó perfecta continencia: «Si bien es cierto que ha habido y existen sacerdotes casados y después ordenados– explica el Cardenal Burke- está claro que, por la misma naturaleza del sacerdocio, conviene que el sacerdote sea célibe«, consagrándose a Dios con un corazón indiviso: «Seguir a Cristo totalmente, es decir, con todo el ser, es un don de la gracia. No es un don común, ya que consiste en la renuncia a un bien al que somos atraídos por la misma naturaleza. Esto explica como el sacerdote célibe recibe una paternidad más amplia en Cristo«. El Cardenal Burke también deja claro que: «El sacerdote no abraza el celibato por desprecio hacia las mujeres y los niños. De hecho, son exactamente las mismas cualidades que lo convertirían en un buen esposo y padre de familia que lo hacen ahora un buen sacerdote, un esposo de la Iglesia y un padre espiritual para una gran familia de hijos«. El sacerdote y las personas casadas -aclara también el Cardenal Burke-«obtienen de una única fuente inspiración y fuerza para su propio amor en la diversidad de sus vocaciones. El Señor otorga tanto el don del amor célibe como el del amor matrimonial. El don debe ser ante todo libremente aceptado, para después poder ser libremente ofrecido. En la medida en que el sacerdote ve en el celibato una imposición, no es capaz de ofrecer libremente el don del amor célibe a Dios y a la Iglesia. El celibato es una forma de vida. Una vida para amar a los demás, que adecua perfectamente al sacerdote al modo de amar del mismo Cristo. El don es dado con vistas a un bien superior: el Reino de los Cielos. Y por lo tanto es un verdadero privilegio recibir el don del amor célibe. Esto no significa que aquellos que reciben dicho don sean mejores que aquellos que no lo reciben, sino tan solo que Dios les dio el don del celibato para la edificación de Su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. El día en que el sacerdote ya no renueva el don, comienza a estar cada vez menos dispuesto a amar como Cristo ama.». De ahí la invitación a la oración cotidiana por la pureza y la castidad, «el primer camino para apreciar este regalo hecho por Dios a Sus sacerdotes. El segundo camino es aquel marcado por el ascetismo, gracias al cual el don se irradia de la persona del sacerdote con un esplendor cada vez mayor. Esto es aún más cierto en una sociedad que ha excluido a la sexualidad del plan de Dios«.
En Pastores dabo vobis, Juan Pablo II recuerda la ayuda esencial de la amistad para llevar una vida de amor célibe: «Puesto que el carisma del celibato, aún cuando es auténtico y probado, deja intactas las inclinaciones de la afectividad y los impulsos del instinto, los candidatos al sacerdocio necesitan una madurez afectiva capaz de prudencia, de renuncia a todo lo que pueda ponerla en peligro, de vigilancia sobre el cuerpo y el espíritu, de estima y respeto en las relaciones interpersonales con hombres y mujeres. Una ayuda valiosa podrá encontrarse en una adecuada educación para la verdadera amistad, a semejanza de los vínculos de afecto fraterno que Cristo mismo vivió en su vida. (cf. Jn. 11, 5). Con verdadera amistad se puede vivir serenamente aquella soledad que, aunque constituyendo siempre una parte de toda forma de amor, representa la totalidad del amor célibe vivido concretamente. Pero, en esta misma soledad el sacerdote encuentra también y sobretodo un lugar privilegiado de comunión con Dios, una proximidad con sus amigos a través de la oración por sus intenciones y el afecto, puro y desinteresado por ellos».
Una mención aparte merece el «desafío al amor célibe que representa una sociedad marcada por el feminismo radical y la ausencia de padres. Esta situación ha alcanzado un punto verdaderamente absurdo en la discusión actual sobre identidad de género, la cual pretende que nosotros tenemos el derecho de definirnos sexualmente a voluntad– afirma el Cardenal Burke. Como resulta claro, esta forma de pensar conduce al olvido del verdadero fin del instinto sexual, que en el hombre nunca puede concebirse como meramente animal. Hoy somos testigos de muchas formas de comportamiento esclavizante, como consecuencia de la presunción generalizada de que la felicidad del hombre puede conquistarse con la repetición de actos pecaminosos y desordenados. Por el contrario, sabemos que el único camino verdadero para alcanzar la felicidad, incluso en lo que dice respecto a nuestra sexualidad, es el que está inscripto en nuestros corazones: el camino del amor puro y casto, del cual el amor célibe es un elocuente testimonio y para el cual es inspirador».
¿Quién puede desaprovechar, incluso violar todo esto, en lo que reside la alegría más auténtica y profunda del sacerdocio? Quien desee leer el texto completo del Cardenal Burke, con las específicas y oportunas referencias a las Sagradas Escrituras y al Magisterio, podrá encontrarlo en la edición de octubre de Radici Cristiane, en breve en las casas de todos los suscriptores.
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