A Dios lo suyo y al César lo suyo

Domingo XXII después de Pentecostés
(Mt 22: 15-21)

El evangelio de hoy nos trae el episodio en el que Jesucristo delimita las funciones de las dos sociedades: la civil y la religiosa. En su frase «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» está resumida toda una profunda y clara enseñanza. En este mundo hay dos sociedades, la civil y la religiosa, que han de procurar cada una función su función propia.

La sociedad civil ha de buscar directamente el bien temporal de sus ciudadanos; e indirectamente, desde un punto de vista positivo, procurar que los ciudadanos puedan conseguir su fin último y desde el punto de vista negativo, evitar todos aquellos obstáculos que puedan separar al hombre de conseguir su salvación.

Por otro lado, la sociedad religiosa ha de buscar, como fin propio y directo, la salvación de sus fieles; y de modo indirecto, desde un punto de vista positivo, iluminar la sociedad civil con la luz que da el Evangelio, y desde un punto de vista negativo, denunciar al poder civil, cuánto éste se aparte de las enseñanzas del Evangelio, y por lo tanto, dificulte a los fieles la consecución de su fin último.

Ni la una sociedad ni la otra, pueden inmiscuirse en los ámbitos que le son propios a cada una.

Sobre el papel, esta enseñanza es fácil de entender; pero cuando pasamos a la práctica, es cuando descubrimos lo difícil es que haya un respeto mutuo y que cada una cumpla sus funciones que le son propias sin inmiscuirse en las tareas que no le pertenecen.

A lo largo de la historia vemos como ambos extremos se han dado. En algunas ocasiones hemos visto lo que se ha llamado «Cesarismo», cuando el gobierno civil se ha inmiscuido en las labores propias de la Iglesia. Y lo contrario, también ha ocurrido.

A partir del Renacimiento, y más todavía con la Ilustración (s XVIII) la Iglesia se hace más débil por no ser fiel a Cristo, y la sociedad civil va tomando cada vez más fuerza y se va entremetiendo en las labores y decisiones que eran propias de la Iglesia. A pesar de todo, la Iglesia supo mantener sus principios y ser fiel a las enseñanzas de Cristo, de la Tradición y del Magisterio de siempre.

Pero con el Vaticano II la situación cambia rotundamente. La Iglesia se abre al mundo y como consecuencia deja de ser fiel a las enseñanzas de Cristo. La Iglesia piensa que es mejor seguir una ideología mundana y se rinde ante los criterios y principios del mundo. Se acabó denunciar los errores y condenar las herejías. Como dijo Juan XXIII en el discurso de apertura del concilio: «Hay que abrir las ventanas del Vaticano». Y posteriormente, el papa Pablo VI reconocería que esta apertura de las ventanas había causado la entrada del «humo de Satanás en la Iglesia».

Con el Vaticano II comenzó el gran desastre en la Iglesia. Como nos dice la Sagrada Escritura, la Iglesia no se puede abrir al mundo. El apóstol Santiago (Sant 4) nos dice: «¡Adúlteros! ¿No sabéis que la amistad con este mundo significa la enemistad con Dios? Quien quiere hacerse amigo de este mundo se hace enemigo de Dios»….

Padre Alfonso Gálvez
Padre Alfonso Gálvezhttp://www.alfonsogalvez.org/
Nació en 1932. Licenciado en Derecho. Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956. Entre otros destinos ha estado en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Es Fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980. Desde 1982 reside en El Pedregal (Mazarrón-Murcia). A lo largo de su vida ha alternado las labores pastorales con un importante trabajo redaccional. Ha publicado Comentarios al Cantar de los Cantares (dos volúmenes), La Fiesta del hombre y la Fiesta de Dios, La oración, El Amigo Inoportuno, Apuntes sobre la espiritualidad de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, Esperando a Don Quijote, Homilías, Siete Cartas a Siete Obispos, El Invierno Eclesial, Los Cantos Perdidos y El Misterio de la Oración. Para información adicional visite su web http://www.alfonsogalvez.com

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