El “fondo” secreto de las comunidades neocatecumenales
La opinión aproximada que, de oídas, tenía de estas comunidades era parcialmente favorable, considerando que se trataba de grupos benéficamente activos y voluntariosos, aunque un poco autónomos y un poco fijados en algunas originalidades litúrgicas. Pero el análisis exhaustivo que he podido realizar, por desgracia, me ha revelado un cuadro bien distinto y gravísimo. He podido estudiar atentamente un mamotreto de 400 páginas, que contiene las “orientaciones” para los catequistas, extraídas “de grabaciones de los encuentros con Kiko y Carmen para orientar a los catequistas de Madrid en febrero de 1972”. La historia, finalidad, doctrina y praxis del Camino se encuentran condensadas en este mamotreto de un modo más auténtico.
Todas las citas entre comillas las he copiado exactamente de este volumen, pero sin indicar el número de página, por tratarse de afirmaciones reiteradas a menudo y por no tratarse de un libro (dactilografiado y mimeografiado ) normalmente replicable.
Se trata, de hecho, de un texto reservado a los catequistas, que no se cede a ningún otro. He podido tenerlo y fotocopiarlo sólo mediante un estratagema. Ya aquí se vislumbra esta cualidad negativa de las comunidades: el secreto, el esoterismo. Se lee repetidamente: “no digáis nada de estas cosas”; “lo que os digo no es para que lo digáis a la gente, sino para que vosotros lo tengáis de fondo, como base”. Pero es justamente este fondo, esta base lo que resulta inadmisible. De ahí que los neocatecúmenos y sus superiores eclesiásticos (a los cuales los catecumenales demuestran tanta obediencia), al no ser iluminados acerca de tal “fondo”, resultan engañados. Y se trata, como demostraré, de graves desviaciones doctrinales y prácticas.
Tonos carismáticos y métodos fanatizantes
En el cuadro dolorosamente estático de ciertas parroquias los grupos catecumenales, con su actividad semanal (reuniones bíblicas, preparadas por algunos miembros, por turnos, y una larga reunión eucarística), con los intercambios de experiencias y el refuerzo comunitario de las reuniones de convivencia mensual, con el programático adiestramiento sobre soportar al prójimo y el desprendimiento de los bienes, con la confesa perspectiva de encontrarse sólo en camino de “conversión” para proseguir en el “pre-catecumenado” y en el “catecumenado” (camino de siete años- o veinte o más, en la actualidad), tales grupos, dicen, dan una buena impresión de empeño y fervor.
Pero, en realidad, ¿es fervor o fanatismo? ¿Es fruto de gracia o de plagio? Kiko sigue adelante: “No se trata, dice, de plagiar a nadie”, porque no os hacemos un lavado de cerebro a través de razonamientos”. En este caso tal “lavado” y el “plagio” derivan, justamente de la misma falta de razonamientos claros y de la fuerza del bombardeo de afirmaciones drásticas, sugestionantes, de tono carismático. Además de las obvias diferencias de contenido, es con tales métodos sugestionantes y con la radical imposición de una guía con fuerte autoridad, que ha sobrevenido en América el plagio de masas, movimientos pseudorreligiosos subyugadores y advenedizos movimientos pseudorreligiosos y sociales, hasta que el último de Jim Jones (el “Templo del pueblo”) terminó con el trágico incidente en la Guyana el 18 de noviembre de 1978. Se trata, sin duda, de situaciones muy dispares. Pero el método sugestivo es el mismo. He aquí Kiko: “El cristianismo tradicional de Bautismo…Primera Comunión…Misa dominical…no matar, no robar…no tenía nada de cristiano, era un asco,… éramos precristianos… sin haber recibido un nuevo Espíritu venido del Cielo… Ahora Dios nos ha convocado para iniciar un Catecumenado, hacia un renacer”, “aunque somos pocos, estamos colocando un mojón haciendo presente que el reino de Dios ha llegado a la tierra”; para la “renovación del Concilio” se necesitaba el “redescubrir” el “Catecumenado·; “Abraham es la figura del Catecumenado”, “os hablo en nombre de la Iglesia, en nombre de los Obispos… los catequistas catecumenales tienen un carisma confirmado por los Obispos”; «son Juan el Bautista en medio de vosotros; -Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca”; «yo os estoy dando la vida, a través de la palabra de Dios depositada en mi… la explicación de la palabra la doy yo”; “como Moisés en el desierto somos vuestra ayuda”; “los Apóstoles han dado testimonio de que Jesús está resucitado y yo también doy testimonio… garantizándolo con mi vida”; “como Abraham caminó… vosotros debéis caminar, según la palabra se nos entregará el Espíritu Santo”; “seréis convocados en asamblea por el Espíritu Santo”….os hablará Dios”; “ninguna comunidad fundada por nosotros ha fracasado… os aseguro que aquí está Dios».
La persistencia sugestionadora y fanática es continuamente reforzada por la radicalidad y exageración de las afirmaciones y por las referencias integristas y dogmáticas a la Biblia. Por ejemplo, la “participación” (sobrenatural) de la naturaleza divina se afirma como un hacerse “Dios mismo”; un “tener la naturaleza divina”; el “resurgir con Cristo”, equivale a tener “la misma sangre redentora que Jesucristo”, convertirnos nosotros también en “Espíritu vivificante”, con el deber de repetir y “manifestar a todas las generaciones aquello que sucedió una vez en el calvario, ‘dejándonos matar'»; al influjo deletéreo del pecado personal en la comunidad se lo considera “destruir la comunidad, la Iglesia”; cuando en el pre-Catecumenado “se os invite a vender los bienes, se deberán vender todos… porque si no, no podréis entrar al Reino ni al Catecumenado”; nuestro cristianismo, antes de nuestra conversión catecumenal, da “asco”, etc. Todo esto, además de alejar, acentúa el plagio y el fanatismo de quien se ha dejado atrapar, aún más por la perspectiva del largo camino formativo prometido (siete años).
Un grotesco desprecio de la Tradición
Pero aún más graves se evidencian las deficiencias y lo dañino de estas comunidades si de estas modalidades pasamos a los contenidos. No hay posición doctrinal ni práctica católica que no haya sido gravemente deformada. Todo presentado en una forma impresionantemente grotesca y no falta la confusión teológica y bíblica, junto al fingimiento ostentoso de redescubrimiento y de recuperación de las genuinas verdades cristianas sepultadas y olvidadas por siglos. Se sobreañaden a esto las perspectivas sugestionantes de compromiso elitista personal y sacrificio.
El “redescubrimiento” de los valores cristianos auténticos y primitivos se presenta en forma de garantía, carismática, de fe “existencialmente” vivida. Con un gran desprecio hacia los asuntos “filosóficos” de la Iglesia y de lo que denominan “legalismo” de la especulación “teológica”, organizada en varios tratados: “Han metido en una caja al Espíritu Santo, lo han embotellado y puesto en tratados que podíamos dominar, en los cuales teníamos todas las más puras joyas del conocimiento de Dios: de Dios uno y trino, de Dios creador, etc. y sin darse cuenta han empobrecido la visión de Dios”. Demuestran particular desprecio por “el inmovilismo casi total determinado por el Concilio de Trento”, que finalmente fue superado por el Vaticano II.
Al parecer toda estructura, norma, liturgia eclesiástica habría decaído, después de la paz de Constantino y la irrupción en la Iglesia de grandes masas, en un “legalismo” de puros ritos e imprecaciones de favores celestiales, típicos de una pobre “religiosidad natural”, perdiendo la auténtica vitalidad de fe de la “Iglesia primitiva”, que finalmente, después del Vaticano II, es “redescubierta” y recuperada, justamente mediante el Camino Neocatecumenal.
El hecho de que hoy “las naciones salgan de la Iglesia” constituye, desde este punto de vista, una ventaja, neutralizando el efecto de aquella irrupción en masa y haciéndonos retornar a la época preconstantiniana. “Así el cristianismo podrá brillar con toda su pureza y frescor. Así podremos retornar a la Iglesia primitiva”.
Un paréntesis de siglos y siglos de vida de la Iglesia eliminados, con el presuntuoso olvido, si no por otro motivo, de tantos Santos que la han hecho resplandecer.
Concepción luterana de salvación
No se trata, sin embargo, de comunidades de masas, sino de élite. Esto tiene, sobre todo, la intención de cerrarse en sí mismas. Para colmo dicen : “Nosotros no conquistamos a nadie, no predicamos un cristianismo proselitista”, sin embargo, es evidente que se esfuerzan por multiplicar en las parroquias sus comunidades (que no deben superar algunas decenas de miembros). Tienen el objetivo también de constituir el único modo verdadero para la “salvación del mundo”.
Aquí abordamos una perspectiva fundamental del Camino, estrechamente relacionada con una confusa e inadmisible noción de “salvación”, repetida en forma continua e inorgánica.
La salvación consistiría en el anuncio y en la aceptación, por fe, de la “buena noticia”, es decir del “acontecimiento” salvífico que es la resurrección de Jesús, cuya definitiva “victoria sobre la muerte” es signo por tanto del ya acaecido amoroso perdón de Dios. Los catecumenales comunican dicha “buena noticia” y manifiestan tal “signo”, con la aceptación del “acontecimiento” y la renovación personal de la “victoria sobre la muerte”. Sobrevendrá, como fue con Jesús, “pasando a través de la muerte”, es decir “haciéndonos matar” por “amor” pacientemente por los otros, respondiendo con la “no violencia” a su oposición, “crucificados por los que nos destruyen”. Con este testimonio los catecumenales salvan el mundo: “los catecúmenos son los custodios de la Palabra que es el esperma del Espíritu, son la presencia de Dios en el mundo, son la Iglesia: una comunidad de hermanos. Este es un misterio impresionante: un grupo de hombres que están deificados y forman el Cuerpo de Jesucristo resucitado, el Hijo de Dios. Si esto se da en un lugar, allí se da la victoria sobre la muerte. Esto es un anuncio constante de la Buena Noticia que la Vida Eterna ya ha llegado, que el Reino de Dios está cerca. Y esto salva al mundo”.
Nos encontramos frente a afirmaciones altisonantes que, aunque con algún vestigio de verdad, se utilizan con la finalidad de sugestionar y plagiar, además de esconder su real arbitrariedad e incoherencia. Se hace rápidamente evidente que entre el calvario de Jesús y aquello que nos pueda hacer el prójimo existe una gran diferencia: que Jesús no ha vencido a la muerte sólo con el soportarla sino físicamente resucitando, y que la ejemplar solidaridad y altruismo de un grupo, que podría influir solamente en un círculo restringido, no es por cierto suficiente para la difusión universal de la fe y de la salvación.
Pero, aparte de esto, el gravísimo equívoco se relaciona con la noción fundamental de la salvación. Es verdad que, en el marco de tanta confusión teológica, se registran también, al respecto, algunas afirmaciones correctas, no obstante son contradichas por una innumerable cantidad de otras, que reducen las poquísimas que son exactas, vanos remiendos y artificiosas coartadas defensivas contra el temor de condena. Inútilmente, por ejemplo, se afirma, incidentalmente, que es necesario también “dar los signos de la fe”. «Nosotros no somos protestantes. La fe sin obras está muerta”. En primer lugar las “obras” no son pedidas sólo como “signo” sino en conformidad debida a la ley moral, según la voluntad divina. Luego, y principalmente, tales afirmaciones se disuelven entre las innumerables repeticiones de la concepción netamente luterana sobre el tema: ningún esfuerzo ascético, con la ayuda de la gracia: La salvación sólo mediante la fe: “El hombre, separado de Dios, ha quedado radicalmente impotente para hacer el bien, esclavo del maligno”, “el hombre no se salva por medio de prácticas”; “como un cristiano a la San Luis- con su: «antes morir que pecar»- es fundamental estar en gracia de Dios, no perder está gracia, perseverar. La gracia es una cosa que no se sabe bien qué es, que se tiene dentro, con la cual es necesario morir… Pero luego he comprendido que vivir en gracia es vivir en la gratuidad de Dios que te está perdonando con su amor”; “Dios perdona nuestros pecados y su Espíritu Santo nos hace santos hijos de Dios. Y esto gratuitamente para aquel que cree que Jesús es el enviado del Padre como su Salvador”; “el cristianismo no es un llamado a la conciencia y a la honestidad… sino la invitación a acoger el anuncio del perdón gratuito de todos nuestros pecados”, “el cristianismo no es un moralismo. Jesucristo no es de hecho un ideal, un modelo de vida, no ha venido a darnos el ejemplo”; “los sacramentos no constituyen una ayuda a tal fin”; “el Espíritu vivificante no tiene nada que ver con estimular el perfeccionismo, con las buenas obras, con la fidelidad a Cristo muerto”; “el cristianismo no exige nada de nadie, regala todo”.; al más pecador, al más vicioso se le regala una vida eterna”. “Dios es amor al enemigo…si hemos hecho cosas horribles; Dios nos ama, nos perdona…no se te exige nada”; la Palabra de salvación no pide como la ley “un esfuerzo más, un esfuerzo íntimo, que te empeñes al máximo”.
Negación de la Redención
Aún más grave, y en concordancia con la misma concepción luterana es la negación de toda conexión ontológica, sobrenatural, meritoria entre la salvación y la inmolación de Jesús.
Colapsa la noción fundamental de redención, de rescate: un fundamento de la fe. Con su resurrección, después de su muerte, Jesús habría solamente notificado, a los hombres que lo han matado, su voluntad de perdón . Con total ignorancia se osa afirmar que “con la renovación teológica del Concilio no se ha hablado más del dogma de la Redención, sino del misterio de la Pascua de Jesús”, como si una cosa contradijera a la otra. Y con insistencia, resaltada incluso con una vulgar ironía afirman: “Las ideas sacrificiales han entrado en la Eucaristía por condescendencia, con el reclamo del momento histórico, con la mentalidad pagana”; «en el lugar del Dios justiciero de las religiones, que apenas te mueves te dan un bastonazo en la cabeza, descubrimos al Dios de Jesucristo”; “¿acaso Dios necesita la sangre de su Hijo para aplacarse? Pero ¿qué raza de Dios nos hemos hecho? Hemos llegado a pensar que Dios aplacaba su ira en el sacrificio de su Hijo a la manera de los paganos.”
Negación de la Confesión
Como he dicho, todas las verdades teológicas fundamentales se encuentran deformadas gravemente, y naturalmente también los sacramentos. Me limitaré a un relevo de estos, en particular sobre la Confesión y la Eucaristía.
La idea de fondo, en sí muy laudable, de volver a hacer las cosas en serio está continuamente envenenada por la incomprensión y el superficial y presuntuoso desprecio de todo aquello que se ha enseñado hasta hoy. He aquí un ejemplo de como es tratada, por Carmen, la clásica y profunda distinción entre atrición y contrición: “Se comenzó a dar valor a la contrición. Casi hace reir el pensar que sólo hace falta la atrición si vas a confesarte y la contrición si no te confiesas”. Es de una ignorancia que da risa.
Para la confesión no falta la afirmación, de fachada de obediencia eclesial: “Mantenemos la confesión individual porque se debe conservar y además porque tiene su valor”. Probablemente habrá sido para ponerse a resguardo de cualquier reclamo explícito de la autoridad. Pero es una praxis evidentemente tolerada. Y está en antítesis, de todos modos, con toda la enseñanza del contexto.
La noción de pecado, como violación de la ley moral y rebelión contra la voluntad divina es refutada, por ser “una concepción legalista del pecado, como la transgresión de una serie de preceptos”. Se hace mofa del presunto automatismo de las “expiaciones” asignadas (penitencia) para el “perdón”, olvidando su justo aspecto de reparación (que exige, por cierto, el anterior arrepentimiento, absolutamente esencial). El arrepentimiento pierde su valor: “La conversión no es arrepentirse del pasado, sino ponerse en camino hacia el futuro”. (Como si la conversión pudiera mirar al futuro sin reprobar el pasado y sin tener dolor por la ofensa a Dios, jamás nombrada en esta catequesis. La conversión sin arrepentimiento del pasado está ligada a la ya vista afirmación del perdón gratuito de Dios, sin “esfuerzo”personal, con la sola obligación de reconocernos pecadores y aceptar tal perdón). Si bien en las celebraciones penitenciales se admiten las confesiones particulares con la escucha rápida y las absoluciones de los presbíteros, tales absoluciones son en sí repetidamente empobrecidas y también criticadas, unánimemente en el Tridentino que las ha prescrito, porque dan a la confesión un carácter “mágico” (demostrando así su total incomprensión del ex opere operato de los sacramentos). En base a unos pocos autores unilaterales, seguidos a pie y juntillas, se expone una especie de historia de la confesión, sin referirse en absoluto a la precisa narración evangélica de su institución.
Queda descartada la maduración teológica sancionada por el Tridentino, la norma de la confesión provendría de la confusamente supuesta praxis de la Iglesia primitiva. He aquí lo que se afirmó en una celebración penitencial del Camino Neocatecumenal: “Lo que os hemos anunciado del amor de Dios y del perdón de los pecados, ahora se realizará, porque Dios nos da el poder no sólo de anunciar el perdón, sino de comunicarlo a través de un signo”, “en la Iglesia primitiva el perdón no se daba con la absolución, sino con la reconciliación con toda la comunidad, mediante el signo de la readmisión en la asamblea, en un acto litúrgico”, “el valor del rito no está en la absolución, porque en Jesucristo ya estamos perdonados”, “es la comunidad eclesial, allí presente, signo de Jesucristo para los hombres, que perdona concretamente”. Estamos en la linea de la negación protestante del verdadero sacramento.
Grotescas deformaciones
Con todo ni siquiera han comprendido mínimamente la verdadera naturaleza del sacramento católico, como resulta de esta grotesca exposición citada a continuación: “Así hemos vivido nosotros la confesión, y de allí el por qué esta práctica está en crisis hoy. El perdón pasa a un segundo plano, pero permanece como esencial el simple confesar los pecados y recibir la absolución. La confesión se transforma en algo mágico. Se tiene una visión legalista del pecado, por la cual no importa tanto la actitud interior como el confesar externamente y detalladamente todos los pecados de todo tipo. Se trata de una visión individualista, completamente privada, en la cual la Iglesia no aparece por ninguna parte y es un hombre el que te perdona los pecados.”
Demuestran una total falta de comprensión de la confesión tridentina y un impresionante ensayo sobre la ignorancia teológica del Camino Neocatecumenal. En el sacramento católico de la Confesión, es tan prioritario el perdón que se lo reasegura en la absolución; es tan poco mágica (es decir que no recurre a falsos poderes) que depende del divino poder de Jesús; tan poco indiferente de valores interiores que el arrepentimiento interno no condiciona su validez; depende tan poco de un simple hombre que obra in persona Christi y por mandato de la Iglesia. Lutero también hizo lo mismo para atacar las verdades católicas: las deformó.
Negación del Sacrificio Eucarístico
Cuando tuve las primeras noticias sobre reuniones catecumenales, pensé que aquellas originalidades rituales constituían sólo libertades litúrgicas, en parte tolerables y en parte corregibles. Nunca hubiera imaginado que tuvieran una base tan gravemente heterodoxa. Ahora comprendo por qué tanta resistencia a los reclamos de conformar sus ritos a las normas litúrgicas prescriptas. Tales actitudes de autonomía y disconformidad con respecto a las prácticas y normas comunes, tienen una conexión doctrinal y psicológica, a oposiciones de fondo. Se pretende que se adhiera a “descubrir” la verdadera Eucaristía, ya que hemos «malinterpretado y empobrecido todo”.
La Eucaristía no sería otra cosa que “el memorial de la Pascua de Jesús, es decir de su paso de la muerte a la vida, del mundo al Padre, en cuyo acontecimiento exultante nosotros experimentamos la resurrección de la muerte”, es decir “nuestro proclamado perdón y nuestra salvación”, es «el carro de fuego que viene a transportarnos a la gloria.” La esencia de la Misa, como sacrificio, es decididamente negada, al modo luterano: “Las ideas sacrificiales han entrado en la Eucaristía por condescendencia con la mentalidad pagana”: “la masa de gente pagana [que irrumpe después de Constantino] veía la liturgia cristiana con sus ojos religiosos, de cara a la idea del sacrificio”; en el edificio que Dios construyó, las ideas sacrificiales, que había tenido Israel y que ya el mismo Israel había superado en su liturgia pascual, eran los cimientos: ahora que se ha construido el edificio ¡se ha retornado a tales cimientos, es decir a las ideas sacrificiales y sacerdotales del paganismo”; “ las discusiones medievales sobre el sacrificio introducían cosas que no existían en la Eucaristía primitiva, no había en ella ningún sacrificio cruento, es decir alguien que se sacrifica, Cristo, el sacrificio de la cruz, el Calvario, sino sólo un sacrificio de alabanza, para unirse a la Pascua del Señor, es decir a su pasaje de la muerte (en la especie del pan) a la resurrección (cáliz)”.
Con estas últimas afirmaciones, al excluir del altar el sacrificio cruento, se excluye también el sacrificio incruento de Jesús sacramentalmente presente, y por ende se excluye la realidad sacrificial de la Misa.
Esta exclusión , por otra parte, es totalmente coherente con la exclusión ya vista de la inmolación cruenta y salvífica de Jesús por nuestra proclamada salvación. Al excluir los méritos redentores del Calvario, no tendría sentido, para los catecumenales, su aplicación mediante el Calvario místico del altar. Y es también penosamente coherente la hostilidad que demuestran a las muchas repeticiones de la Misa, ignorando (igual que Lutero) el fruto impetratorio.
También hay una total oposición a toda la parte del ofertorio. Si es Dios quien hace todo, quien da el gran anuncio de la salvación, quien “pasa como un carro de fuego que arrastra a toda la humanidad”,¿para qué las ofrendas? Ofrecer las cosas a Dios para hacerlo propicio: ¡qué lejos estamos de la Pascua!”; “es la idea pagana de llevar ofrendas para aplacar a Dios” “Se añade a la enormidad de decir: – ¡Con la hostia pura, santa e inmaculada te ofreces tú, tu trabajo y el día que comienza!; en la Eucaristía no ofreces nada: es Dios absolutamente presente quien da lo más grande: la victoria de Jesucristo sobre la muerte”; “procesiones, basílicas grandiosas…ofertorios… llenan la liturgia de ideas ligadas a una mentalidad pagana”. Son todas afirmaciones penosamente coherentes con la negación de que Jesús se inmole y ofrezca sacramentalmente: (no es concebible ninguna otra ofrenda más que participar de la suya).
Queda eliminado así todo movimiento ascendente a Dios y todo íntimo coloquio con Jesús Sacramentado, como si esto no fuese otra cosa que un abajamiento “estático” de la Eucaristía, no debería ser otra cosa que una “exultación” por el “descendimiento” de la intervención divina y más aún la proclamación de la victoria ya obtenida: “Hemos transformado la Eucaristía que era un canto a Cristo resucitado en el divino prisionero del Tabernáculo”; hemos hablado como en las “primeras Comuniones” de un “niño Jesús que nos ponemos en el pecho cuando queremos… sin embargo la Eucaristía es todo lo contrario… es Dios que pasa y arrastra a la humanidad”.
Negación de la Presencia Real
Aquí ya se delinea un oscurecimiento de la verdad fundamental de la presencia real, que de ser admitida debería expresarse en lo precioso del Tabernáculo y de la presencia del que se comunica y del íntimo coloquio. Pero mucho más grave y directamente aparece tal oscurecimiento en otras afirmaciones; oscurecimiento que se refleja obviamente y sobre el hecho de la consagración y sobre la naturaleza y el valor de los poderes sacerdotales: “El sacramento es el pan, el vino y la asamblea; y de la asamblea surge la Eucaristía”. Estas palabras se adecuan a un rito puramente conmemorativo, pero no al sacramento eucarístico y al ejercicio de los poderes sacerdotales. Y, con presuntuosa ostentación de superioridad sobre toda la teología y la praxis católica, expresan con ironía: “La Iglesia Católica se ha obsesionado con la presencia real, tanto que, para ella, todo es presencia real” (falso: no la considera todo sino fundamento de todo); “las discusiones teológicas obsesivas sobre el hecho de que Cristo está presente en el pan y en el vino dan risa”; “en cierto momento fue necesario pero no hace falta insistir más” (con el actual desorden teológico y litúrgico es, sin embargo, más necesario que antes): “eran inútiles las tentativas filosóficas de explicar cómo está presente, con o sin ojos, físicamente, etc. o a través de la transfinalización holandesa… se ha pretendido explicar el misterio con la transustanciación” ( no “explicarlo” sino precisarlo esencialmente, determinarlo, como ha hecho, con gran esfuerzo, el Tridentino y todo el Magisterio sucesivo, despreciado por los catecumenales; el descuido acerca de la presencia “física”, igual que con la antitética transfinalización holandesa, devela, por lo menos, la incomprensión sobre la verdadera presencia). Excluido todo aspecto de sacrificio todo se reduce a un “banquete” de exultación (concepción, esta sí obsesiva, de los catecumenales, expresada hasta en el recibir la Comunión sentados y en considerar “inconcebible el no comulgar de todos, porque a la cena pascual se va justamente a comer”), “todo valor de adoración y contemplación ajenos a la celebración del banquete quedan eliminados”; “el pan y el vino no se hicieron para ser expuestos, porque se descomponen [!]”; la preocupación por las “partículas”, características de quien cree en la presencia real, se ridiculiza: “no es cuestión de migas, sino del sacramento de la asamblea”; “Tabernáculo, Corpus Christi, exposiciones solemnes, procesiones, adoraciones, genuflexiones, elevaciones, visitas al santísimo, todas las devociones eucarísticas, ir a Misa para tomar la Comunión y llevarse a Jesús en el corazón, la acción de gracias después de la Comunión, Misas privadas…minimizan la Eucaristía… están muy lejos del sentido de la Pascua”.
Otras continuas afirmaciones intentan menospreciar el problema de la presencia, que constituye sin embargo, el fundamento de todo el resto: “Lo importante no está en la presencia de Jesucristo en la Eucaristía… sino en su fin, en la Eucaristía como misterio de Pascua”. Y se multiplican afirmaciones sin fundamento: “Como Dios estaba presente en la Pascua, es decir en la liberación de Egipto, así Jesús está presente con su espíritu, resucitado de la muerte” (¿una presencia de acción, no de una persona?; “ en lugar de plantear el problema de la presencia de Cristo en la Eucaristía, pensad que Cristo es una realidad viviente que hace Pascua y arrastra a la Iglesia”; “la presencia de Cristo es otra cosa. Es el carro de fuego que viene a transportarnos a la gloria, a hacernos pasar de la muerte a la resurrección”.
Negación de la Resurrección
Desafortunadamente esta misma inconsistencia, justo sobre los puntos que exigirían la máxima determinación, aparece también respecto de la resurrección de Jesús: “El memorial que nos deja es su espíritu resucitado de la muerte”; “¿cómo han visto los apóstoles a Cristo resucitado? ¿Como un fantasma? No, lo han visto en sí mismos… constituido Espíritu vivificante”. Esta última expresión se repite a menudo. Es cierto que Jesús ha mandado su Espíritu, pero la resurrección concierne también al cuerpo real de Cristo.
Superficialidad, presunción y astucia.
La inconsistencia está en armonía con la gran confusión teológica y escriturística y con la superficialidad, junto con la presunción de agudeza y de profundización crítica, sin hablar de la presunción carismática. Como ya he dicho, no existe verdad teológica o bíblica que no esté deformada, y para peor estos catequistas laicos que carecen de una sólida formación teológica y bíblica de base, dependen de pocos textos, elegidos entre los menos seguros y los más atrevidos (por ejemplo, la revista Concilium). Esta evanescencia y confusión se encuadra después en la doctrina catecumenal fundamental, vista al inicio, del anuncio pascual de salvación, presentado con poca claridad, sin precisión alguna, e inconsistente en cuanto al dogma de la redención.
El método, simplista y astuto, de estos maestros improvisados y sin preparación, para eludir toda investigación seria y discusión teológica, consiste en desvalorizarla en su punto de partida y sustituirla con afirmaciones categóricas. El método para evitar condenas y fracturas con los superiores es la recomendación del secreto, la inexactitud de ciertas expresiones (cortinas de humo) y las afirmaciones en conformidad con el Magisterio insertadas por aquí y por allá, que empañan la visión, siendo continuamente contradichas en el contexto.
Conclusión
En conclusión, nos encontramos frente a un penoso y dañosísimo lavado de cerebro, de tipo fanatizante, en el plano doctrinal, práctico, litúrgico, sobre grupos de fieles, algunos animados, probablemente, de óptimas intenciones, pero engañados y desviados de la justa vía de la ascética segura, del ejemplo de los Santos y, sobre todo, de la ortodoxia.
Estos grupos suscitan la admiración de gente simple, en contraste con ciertos ambientes tan mediocres y apáticos, porque se presentan voluntariosos y aplicados. Parecen ofrecer lo auténtico, lo diferente, lo mejor, en comparación con tanta tibieza. Pero esta novedad desafortunadamente tiene la intención de rechazar la maduración doctrinal y práctica de la Iglesia desde Constantino en adelante (interpretada de manera inexacta), con aversión a las “estructuras” eclesiásticas, autonomía laica con respecto al Clero y a la Jerarquía (en las reuniones la presidencia dada al párroco es ficticia: la guía efectiva es la de los catequistas, aún en las reuniones bíblicas).
Las interpretaciones integristas y que no resisten una crítica de la Escritura, como lo de vender todos los bienes, la absoluta pasividad no violenta, la misma disposición a morir por los otros, pueden dar la impresión de un fervor grande y admirable. Aún cuando esto se pueda equilibrar y ser verdad en algunos sujetos, en su totalidad refleja un proceso de fanatización y una construcción engañosa y precaria, con el gran daño de la desviación doctrinal y disciplinaria. También Valdo (salvando las distancias) se lanzó y lanzó a sus catequistas, partiendo del total “vende todo lo que tienes”, suscitando fervorosos seguidores y terminando en la rebelión y la herejía.
La frecuente referencia que los neocatecumenales hacen al Vaticano II –casi podría ser posible interpretarlo como un quiebre con la Tradición y en particular con el Tridentino-, es desleal y absolutamente falsa, pues fue un concilio simplemente pastoral. Es la mentira difundida hoy por todos los modernistas. Los neoatecumenales adhieren y se acogen al Vaticano II, como si su linea se identificase con la neocatecumenal y sólo con ella.
He aquí un ejemplo de esta desleal identificación y de las clamorosas perspectivas fanatizantes: “Os aseguro que la renovación del Concilio Vaticano II según el itinerario neocatecumenal llevará a la Iglesia a una gloria indescriptible y llenará de estupor y admiración a los orientales y a los protestantes, por ser un Concilio ecuménico”.
Puede esto servirnos de síntesis conclusiva.
Un autor
[Traducción de Romina R.]