La «diosa razón» no triunfará

El triste incendio de la Basílica de Notre Dame, no puede dejar indiferente a ninguno que se precie de ser católico de verdad, y por lo tanto hijo de Nuestra Señora.

Aún no se ha determinado la causa del siniestro, sin descartar los incontables ataques a templos y profanaciones a templos católicos a lo largo y ancho de Francia en las últimas semanas.

Notre Dame simboliza la alianza especial del pueblo francés con Dios, un templo cristiano para dar culto al Dios Verdadero. Después de su incendio, las fuerzas anti católicas buscan una vez más su desnaturalización.

A pocas horas del incendio, el Primer Ministro francés Edouard Philippe, abrió un concurso público -sin contar con la Iglesia- para reconstruir Notre Dame adaptada a lo que está en juego a nuestro tiempo una reconstrucción laica, transparente, ecológica e inclusiva.[1]

I. Notre Dame y los herejes cátaro-albigenses

Los dos grandes estilos que gestó la Cristiandad en la edificación de sus catedrales -ha escrito Daniel-Rops- fueron el romántico y el gótico. La catedral gótica se diferenciaba de la romántica por dos características notables. La primera es su verticalidad. Nadie que entre en una iglesia gótica dejará de experimentar una suerte de vértigo invertido, o lo que llama Rops, «la poderosa sugestión del auge vertical de sus líneas». La segunda característica es la iluminación. Dos rasgos distintivos que tanto nos impresionan cuando penetramos en el interior de una catedral gótica, influyen de manera determinante en el alma. «Pues en ella se exalta algo sobrenaturalmente unido a ese ímpetu y a esa llamada a las alturas, y la instintiva dicha que derrama la luz a torrentes parece la promesa de los esclarecimientos definitivos, y el reflejo terrestre de la luz increada» (La Iglesia de la Catedral y de la Cruzada).[2]

«La Edad Media concibió el arte como la expresión de la doctrina al tiempo que como cátedra de la misma. Todo lo que el hombre necesita conocer: la historia del mundo desde su creación, los misterios del cristianismo, la vida y los ejemplos de los santos, la diversidad de las virtudes, la variedad de las ciencias, artes y oficios, se transparentaba en los vitrales de las iglesias, a través de la luz transfigurada, y se materializaba en las estatuas de los pórticos, cuyo ordenamiento jerarquizado no era sino el reflejo del orden admirable que reinaba en el mundo de las ideas, según lo había expuesto Sto. Tomás. Por la intermediación del arte, las lucubraciones más elevadas de la teología y de la ciencia llegaban confusamente hasta las inteligencias más humildes».

El hombre medieval diseñó sus iglesias como verdaderos catecismos tallados en piedra, que enseñaron a la gente su fe. Notre Dame reforzó la enseñanza de la Iglesia que estaba siendo atacada por las herejías albigenses y cátaras en el momento de su construcción.

Los albigenses se difundieron ampliamente a fines del s. XII en el mediodía de Francia. En realidad ellos se llamaban cátaros (=puro). Los cátaros albigenses consiguieron organizarse de un modo amenazador para la Iglesia y para la civilización católica. Profesaban el dualismo maniqueo para explicar el mal; existen dos principios, uno, bueno, creador del espíritu y de la luz; el otro, malo, creador de la materia y de las tinieblas. El principio malo es el Dios del A. T., y el principio bueno es el Dios del N. T.; el Dios bueno había creado los Ángeles, muchos de los cuales pecaron y fueron obligados a tomar cuerpos haciéndose hombres. Dios (Uno, no, Trino) envía a Jesús, uno de sus Ángeles, a liberar el espíritu de la materia (redención de los hombres). Jesús tuvo un cuerpo aparente (docetismo), y no sufrió, ni murió, ni resucitó, sino simplemente enseñó. La Iglesia primitiva ha venido degenerando desde los tiempos de Constantino. Dios más que en la Iglesia habita en el corazón de los fieles. Loas espíritus pasan de un cuerpo a otro (metempsicosis), para purificarse hasta la expiación completa… y un largo etcétera de doctrinas heréticas.

Los albigenses fueron condenados en sus falsas doctrinas, por el IV Concilio Lateranense (1215).[3]

II. 1789, el reino del terror

El diabólico evento histórico de la Revolución Francesa, que buscó rechazar a Dios y su autoridad. En el punto más alto de su depravación y matanza, los revolucionarios entronizaron a la «diosa razón» en la sacral basílica de Nuestra Señora de París: la Razón es nuestro dios. La idolatría en su forma más beligerante, en la que podemos ver prefigurado el materialismo, el comunismo ateo.

Lucifer quiso destronar a Dios después de haber sido creado para ser uno de los más perfectos ángeles. Fue separado de Su presencia, y desde entonces sigue su frenética acción para convertirse en el dios de la tierra. Ha estado buscando esta gloria desde la creación del hombre, lo sigue intentando con más intensidad en nuestra época.

La rebelión contra Dios se manifestó durante la era apostólica bajo la forma de gnosticismo, reapareciendo durante la Edad Media como la herejía del dualismo gnóstico de los albigenses y por último irrumpiendo a principios de la Edad Moderna como la filosofía atea de la iluminación del siglo XVI.

Aquel Viernes Santo, mucho antes de que Nietzsche escribiera su primer renglón blasfemo -dice el arzobispo Fulton J. Sheen- ya los enemigos de Jesucristo habían celebrado su aparente victoria: Dios había muerto.

La Revolución en las ideas no habría sido capaz de inspirar la Revolución en los hechos, si no se hubiera presentado como la nueva religión, la que vía a suplir al cristianismo exigiendo de sus seguidores un acto de fe en la bondad de la naturaleza humana, en la infalibilidad de la razón y en el progreso indefinido. Dos fueron los «ideólogos» principales que prepararon la Revolución, ante todo Voltaire, pero el maestro principal del siglo XVIII fue Rousseau, como bien señala Díaz Araujo todos los revolucionarios prácticos, desde Marat y Saint-Just, pasando por Babeuf, Marx, Lenin, Bakunin, Trotsky, hasta llegar al Che Guevara y Mao Tse Tung, son tributarios suyos y discípulos confesos o vergonzantes.[4]

Tres son los fundamentos principales del espíritu revolucionario: el naturalismo, el racionalismo y el liberalismo.

Como señala Daniel-Rops, hasta 1748 aproximadamente, los que llevaban adelante aquel juego procedieron con cautela, limitándose a la alusión, las insinuaciones al sarcasmo o una sutil ironía. Entonces se habló de «un posible triunfo de las luces». Así, con el paso de los años, caería un baluarte tras otro, alcanzando los ataques tal virulencia, que los mismos pensadores que habían iniciado aquel camino, los Voltaire, Diderot y Rousseau, parecían tibios objetores. La historia hallaría el pensamiento en el paroxismo de la crisis, cuando sonase la hora de la Revolución.

Voltaire viajó a Inglaterra durante el apogeo de los deístas y llevó a Francia muchas de las nuevas ideas de los libre pensadores que conoció. Aunque muchos ingleses adoptaron ciertas ideas deístas que eran compatibles con un cristianismo libre, en Francia se aceptaron como refuerzo del anticlericalismo de la época. La Compañía de Jesús que llevó el peso intelectual de la Iglesia había sido reprimida por Luis XV, por lo que las ideas deístas radicales encontraron poca oposición. Voltaire difundió estas ideas para convertirse en el principal satírico de la Iglesia Católica burlándose de ella continuamente. Sus opiniones fueron ampliamente aceptadas entre los intelectuales y los valores y virtudes cristianas tradicionales fueron rechazados a favor de la supremacía de la razón humana.

El filósofo francés Descartes, exaltó la razón como el criterio de la verdad y la racionalidad, el estándar por el cual todo debía ser juzgado.

De los dos enemigos de la Revolución el más importante era la Iglesia. Lo primero que hicieron en este campo fue lograr la expulsión de los jesuitas. Pero enseguida advirtieron que eso no bastaba. Aun sin ellos el cristianismo subsistía. Había que apuntar, pues, contra la Iglesia en su conjunto y en última instancia contra Cristo mismo y contra Dios. Esta cruzada invertida llenaba de gozo a los combatientes de la razón.

Fueron los patriarcas de la masonería, quienes encomendaron a Adam Weishaupt, la erección de la logia masónica llamada Orden Illuminati en 1776 cuyo slogan era: ningún Dios, ninguna propiedad ningún gobierno. Weishaupt planeó y organizó la Revolución Francesa, absorbiendo en su orden, las logias masónicas de Francia.

Los deístas y ateos -afirma Daniel Rops- estaban completamente de acuerdo en un punto: el odio al catolicismo, a sus dogmas, a su culto y a su jerarquía.[5] Voltaire lanzó la consigna: «aplasten a la infame» en clara alusión de la Iglesia Católica.

La destrucción de la «infame» alcanzó su clímax con la sustitución la imagen de la Virgen María por la de la diosa razón en la catedral de Notre Dame el 10 de noviembre de 1793. En mayo de 1794, Robespierre y Danton masones iluminados, proclamaron el culto al «ser supremo», es decir, al diablo.

El comunismo no desarrolla su diabólica guerra contra la Religión, ni intenta exterminar el nombre de Dios de la memoria colectiva de la humanidad por razones políticas, económicas o sociales, dice Richard Wurmbrandt, que la meta última del comunismo es burlarse de Dios y ensalzar a Satanás, el comunismo fue implementado por sectarios masónicos con el propósito de exterminar la Religión Cristiana derrumbando las monarquías cristianas, aboliendo las fronteras internacionales y erigiendo un solo gobierno mundial ateo.

En 1858 un tal John Stuart Mill escribió su «Ensayo sobre la libertad», en el que se identifica la libertad con el abuso y ausencia de responsabilidades sociales; en el mismo año, Darwin publicó su «Origen de las especies», en el que, apartando la atención humana de los fines eternos, hizo fijar la vista de los hombres en un pasado animal. También fue en 1858 cuando compuso sus óperas Ricardo Wagner, en las que hizo revivir el mito de la superioridad de la raza teutónica. Carlos Marx, fundador del comunismo, escribió en el mismo 1858 su «Introducción a la crítica de la economía política», en cuya obra se corona a la economía como reina y base de toda la vida y de la cultura.

De esos cuatro hombres nacieron las ideas madres que han regido y dominado al mundo por espacio de casi dos siglos, sosteniéndose que el hombre no es de origen divino, sino animal; que su libertad es abuso y ausencia de autoridad y de ley, y que, privado de espíritu, forma parte integrante de la materia cósmica sin tener necesidad, por consiguiente, de religión alguna. 

La ideología atea y violentamente antirreligiosa de la Iluminación fue la base del ataque moderno contra la Civilización Cristiana y es la base ideológica sobre la cual Marx modeló su doctrina corrupta del comunismo ateo, el mismo Marx ha trazado la genealogía de la Revolución, en completo acuerdo –o coincidencia– con los textos de los Papas: «…El pasado revolucionario de Alemania es teórico; es la Reforma. En esa época, la revolución comenzó en la cabeza de un monje; hoy, ella comienza en la cabeza de un filósofo [Hegel o Feuerbach]. Si el protestantismo no fue la verdadera solución, fue por lo menos la verdadera posición del problema… Cuando rechazo la situación alemana de 1843, estoy, según la cronología francesa, apenas en el año 1789».

El Papa Pío XII señaló como raíces de la apostasía moderna, el ateísmo científico, el materialismo dialéctico, el racionalismo, el laicismo, y la masonería, madre común de todas ellas.[6]

III. La idolatría (inter religiosidad) signo de nuestro tiempo

Dice San Pablo en su Carta a los Romanos: «Ellos trocaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y dieron culto a la creatura antes que al Creador» (Romanos 1, 25).

Una de las trampas del demonio consiste en hacernos creer que «todas las religiones son buenas». La promesa del Tentador de ser como dioses (Génesis 3, 5), se reinventa una y otra vez, en una metamorfosis de múltiples cabezas de cultos a los modernos Baal y Astarté. La Sagrada Escritura nos pone de aviso que esa forma pagana de vivir es incompatible con el Dios Verdadero (cf. Éxodo 34,13; Sirácides 48,1; 1 Reyes 18, 21), y la Carta a los Hebreos nos advierte que habrán tiempos en los que la verdadera doctrina será rechazada, despreciada, y los que la sigan perseguidos (cf. Heb 13, 9).

Es doctrina de fe católica que hay un solo Dios verdadero y una sola religión verdadera. La Iglesia enseña que «todas las religiones no católicas son falsas y son del diablo».

«En estos últimos siglos (el enemigo) trató de realizar la disgregación intelectual, moral y social de la unidad del organismo misterioso de Cristo. Quiso la naturaleza sin la gracia; la razón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces, la autoridad sin la libertad. Es un «enemigo» que se volvió cada vez más concreto, con una ausencia de escrúpulos que todavía sorprende».[7]

El Papa Pío XI en su extraordinaria carta encíclica «Quas Primas» de diciembre de 1925, llamando «peste» a la ideología del laicismo, denunció con claridad que ésta comienza «por negar la soberanía de Cristo sobre todas las gentes», y que consecuentemente con sus «malvados intentos» se niega «a la Iglesia, el derecho, que es consecuencia del derecho de Cristo, de enseñar al linaje humano, de dar leyes, de regir a los pueblos, en orden -claro es- a la bienaventuranza eterna» y «equiparando ignominiosamente» a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, «con las falsas» religiones. Aún más, el Pontífice alertaba ya de los intentos de «sustituir la religión divina por una cierta religión natural, por un cierto sentimiento natural. Ni tampoco faltaron naciones que juzgaron poderse pasar sin Dios y hacer religión de la impiedad y del menosprecio de Dios». Luminosas y proféticas expresiones.

John Horvat II, afirma que el reciente incendio «es un castigo para la humanidad que le ha dado la espalda a Dios. Su mensaje providencial habla no solo a Francia sino al mundo».

El gran santo francés San Luis María Grignión de Montfort en su Súplica Ardiente, lee los signos de los tiempos: «¡Es hora de realizar tus promesas!… ¡Torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y arrastran hasta a tus mismos servidores!… Todas las criaturas, aun las más insensibles, gimen bajo el peso de los innumerables pecados de Babilonia y piden tu venida para restaurarlo todo…».[8]

Sí hijo mío, al final mi Corazón Inmaculado triunfará.


[1] http://www.lefigaro.fr/vox/culture/olivier-babeau-pitie-ne-nous-faites-pas-une-notre-dame-recyclable-et-inclusive-20190418

[2] Cf.: SÁENZ S.J., P. ALFREDO, La Cristiandad una realidad histórica.

[3] PARENTE, PIETRO, Diccionario de teología dogmática.

[4] Cf.: SÁENZ S.J., P. ALFREDO, La Cristiandad una realidad histórica.

[5] Cf.: SÁENZ S.J., P. ALFREDO, La nave y las tempestades. La Revolución Francesa. Primera parte. La revolución cultural.

[6] El 24 de julio de 1958, en la Octava Semana de Formación Pastoral.

[7] PAPA PÍO XII, 12-10-1952.

[8] Súplica ardiente, 5.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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