Educar es una necesidad que emerge de lo más profundo del alma humana, es un deseo de hacer el bien, que se concreta en la ambición de perfeccionar moral e intelectualmente a una persona. Cabe sin embargo la posibilidad de que la enseñanza sea utilizada con fines espurios, y en vez de buscar el pulimento de los más jóvenes, se pretenda adocenar a los mismos. Por eso lo que se ha discutido siempre en el fondo no es el valor de la educación, que todo el mundo da por hecho, sino quién debe adoctrinar e inocular su particular visión de la realidad y del mundo. El sacrificio de Sócrates, que fue acusado falsamente de corromper a la juventud y condenado a muerte, reveló entonces una guerra sin cuartel por el dominio de la enseñanza; una guerra que ha concluido con la victoria, de momento, de la judería internacional.
Y si me permito hacer semejante afirmación es debido a la siguiente relación de hechos. En las Facultades de Psicología y Educación o Pedagogía, incluso en Magisterio, los alumnos deben estudiar, hasta la saciedad, una serie de autores proclamados autoridades de sus respectivas materias por no se sabe muy bien quién, pero que comparten, en su mayoría, el hecho de ser judíos. Desde luego llama la atención la especial preocupación de los estudiosos judaicos por el asunto de la enseñanza. Conocidísimo, por ejemplo, es el psicólogo más importante de todos los tiempos: Sigmund Freud. Y conocido también es su origen judío. Pero Freud no es una de las grandes autoridades en Psicología de la Educación. En los manuales relacionados con estas cuestiones es ineludible citar, por ejemplo, a figuras como Jean Piaget, cuya madre poseía el inconfundible nombre de Rebecca Jackson, y a Lev Vigotsky, judío de origen ruso y uno de los grandes teóricos de la psicología del desarrollo. Sin embargo, estos dos monstruos no se limitaron a estas cuestiones y abordaron en su carrera otros muchos campos del inextricable árbol de la Psicología. Otros autores, por el contrario, se ocuparon casi exclusivamente de la educación. Las principales cabezas de esta rama son David Ausubel, Jerome Bruner y Erik Erikson. Y las tres constituyen una triada mosaica. Ausubel nació en Nueva York, pero procedía de una familia judía de Centroeuropa. Bruner también nació en Nueva York, en el seno de una familia judía acomodada. Y Erikson, alemán, tenía por madre a una danesa de origen judío llamada Karla Abrahamsen. En fin, la omnipresencia de autores judíos en estos estudios se traduce sin duda en una evidente hegemonía cultural.
La nómina de judíos estudiosos del saber psicológico, como se ha demostrado, es bien nutrida. Pero en campos relacionados con el del aprendizaje, la evolución de los adolescentes y la inteligencia, podrían invocarse además los nombres de William Stern, Margaret Mahler, el conocido por su famosa pirámide de las necesidades Abraham Maslow, Siegel, Bronfenbrenner, o más recientemente Daniel Goleman, por su título Inteligencia Emocional, y el Premio Nobel Daniel Kahneman. El anterior catálogo de autores judíos desde luego no es exhaustivo, pero sí muy representativo, al menos en lo tocante a los especialistas del área educativa.
Una representación similar la encontramos en el mundo de la pedagogía. Padre de esta mal llamada ciencia es Juan Amós Comenio, teólogo protestante de creencias panteístas que contaba con un segundo nombre que hablaba por sí mismo. Y algo cabe decir, antes de rematar, de los desvelos por la causa judía de Francisco Giner de los Ríos, fundador de las Misiones Pedagógicas, y de su sobrino Fernando de los Ríos, ministro socialista y masón. Las Misiones Pedagógicas tenían la pretensión de ser una escuela ambulante que llevara la «diversión» a cada pueblo y aldea, pues se burlaban de que en el pasado se había tenido que aprender con lágrimas, como si la instrucción no costase esfuerzo y la diversión en vez de vulgarizar, puliera a los muchachos. A ambos se les acusó de judíos. Lo fueran o no, su iniciativa, junto con la creación en España de la Institución Libre de Enseñanza, fue un episodio más de la antigua guerra por la educación que ya se cobrara de primicia al hombre según Platón más sabio y justo del mundo antiguo.
Para acabar, no hará falta referirse aquí a la hojarasca que puede uno encontrarse en las obras de estos autores. No será necesario tampoco señalar el discurso hueco que las anima. No echará nadie de menos el criptolenguaje en el que están escritas. Pero a pesar del hollín que sepulta sus teorías, éstas se esparcen por el mundo e infestan universidades enteras, gozando de una vigencia incuestionable en nuestros días, como si fueran valiosos conocimientos que han llevado a la humanidad a un nivel superior de existencia. Pero no es el caso. ¿Cómo es posible entonces semejante hegemonía cultural? ¿Es acaso la mente hebraica más preclara que las demás? No lo ha de ser, cuando se divulgan desde hace décadas sus ideas y la situación de la enseñanza puede tildarse de verdadera emergencia educativa. Lejos por tanto de nosotros esta plaga bíblica que ha arrasado ya en Occidente la filosofía clásica de enseñanza y amenaza con remover también sus raíces. ¿Y la Iglesia qué dice de todo esto? ¿Es consciente de los necios que rigen sus centros de enseñanza, promotores de los autores hebraicos arriba aludidos? ¿Hasta cuándo va a consentir la Iglesia que sus hijos sean educados por la Sinagoga de Satanás? Quizá cuando unja sus ojos con colirio, y vea en manos de quiénes está[1].
Luis Segura
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[1] Apocalipsis 3, 18