Peligros de esta hora de apostasía universal

Antes de que el gallo cante dos veces…

Es un tiempo, el presente, de silencio y expectativa. Un tiempo de víspera. De vigilancia y contemplación serenas, para no alarmar el espíritu. Estas reflexiones no tienen otra pretensión que invitar a una prudencia serena para no perder de vista lo que ya sabemos: el triunfo es de Jesucristo.

Tratando de mantenernos fieles al propósito preferimos hablar poco (escribir poco, en este caso) y pasar por alto innumerables escándalos cotidianos que suceden en el seno de la Iglesia, protagonizados por el clero y por el propio papa Francisco, por acción u omisión. [1]

Hace tiempo que quedó atrás la línea que parecía imposible de alcanzar: la de un papa demoledor de la Iglesia. Hoy sabemos que es posible. El actual se supera a diario. Seguir el tren de sus dichos y hechos puede llevar a la desesperación o a la insania. A la locura de la desesperación. Si lo seguimos en detalle vamos minando nosotros mismos la confianza en las promesas de Cristo sobre la indefectibilidad de la Iglesia y su permanencia hasta el fin de los tiempos. Hay cosas que es mejor no conocer, porque nos exponemos temerariamente al escándalo. Nada podemos hacer. El escándalo es malo. ¡Ay de aquel por quien sobrevenga el escándalo! Pero tampoco busquemos exponernos sin necesidad el escándalo.

Auto-destruir esa confianza en las promesas divinas es muy fácil, y no porque Dios nos niegue la Fe y la Esperanza, sino porque nuestra virtud es poca: basta con estar persiguiendo las novedades del devenir cotidiano y no parar de preguntarnos una y otra vez “¿cómo es posible que estas cosas sucedan?” Novedades muchas veces inexactas, con frecuencia expresadas en tono destemplado, por personas también con frecuencia tocadas por la amargura o la desesperanza y a veces por el desequilibrio mental. Repetidas de un modo acrítico, en un lenguaje ajeno a la caridad. Sin exagerar, a menudo estas lecturas son ocasión próxima de pecado, como bebidas que embriagan y violentan el espíritu. Pero nos engañamos diciéndonos que es necesario beberlas, “estar informados”, al día… No es necesario para nuestra salvación.

¿Cómo es posible que estas cosas sucedan?

Se trata de una pregunta equivocada. Los padres y doctores de la Iglesia han visto a la luz de su santidad y ciencia divina que estos tiempos llegarían. En diversos momentos de la historia, los teólogos se preguntaron, como materia de investigación, como hipótesis de estudio, sobre la posibilidad de que un papa fuera hereje y sus consecuencias. La realidad ha superado estas hipótesis y los teólogos actuales de buena doctrina piensan en un escenario nuevo, tal vez inimaginado por la ciencia de los antiguos, aunque preanunciado por la luz de las profecías. Esa luz que se vuelve cada vez más clara a medida que se van cumpliendo.

“Roma perderá la Fe y se convertirá en la Sede del Anticristo”[2] dijo la Santísima Virgen en La Salette. Hoy es mucho más fácil admitir esta afirmación que 100 años atrás. Y no porque seamos más lúcidos que los santos y doctores del pasado, sino porque vemos sentados sobre sus hombros, como gustaba repetir el P. Castellani. Enanos a cococho de hombros de gigantes. Por fuerza, si no somos muy miopes, veremos algo más que ellos, pero gracias a ellos.

Por eso creemos que es más adecuado a los tiempos hablar poco, conjeturar menos. El rompecabezas se va armando, pero no sabemos todavía que figura representa. Estamos en las vísperas de algo que nos llenará de horror, y a renglón seguido, de esperanza y júbilo celebratorio. Estamos en las vísperas del triunfo del Corazón Inmaculado. Estos lo sabemos con certeza porque así nos lo quiso dar a conocer la Virgen. Pero como en sus apariciones, antes del milagro del sol veremos, sin embargo, el infierno. Tal vez ya lo estemos viendo.

¿O acaso las cosas pueden llegar a ser peores?

Algunos temen que la resistencia católica tradicional pueda ser infiltrada y destruida. Esto los alborota, los distrae del foco en el cual hay que poner la atención para ver el momento actual con ojos sobrenaturales. Alborota y también inspira disconformidades, rencores y desavenencias. Sin querer, hacen el trabajo del Diablo. Se practica la doctrina del “cuanto peor, mejor”. Hay quienes desean que aquellos que no ven la crisis de la Iglesia en sus raíces verdaderas y piden una mera restauración del Vaticano II moderado sean fulminados por la ira divina. No es este el camino del Evangelio ni cumple ciertamente los pedidos de Fátima.

Sabemos lo que va a ocurrir, pero no en todos los detalles. Vamos entendiendo (no siempre del todo bien) las cosas que ocurren a la luz de lo que nos fue profetizado. No es fácil, naturalmente, estar al pie de la Cruz ante un Cristo destrozado y moribundo. Humanamente es imposible. El primer papa, de hecho, renegó de su Señor apenas comenzó el drama de la pasión. A su jactancia de que nunca lo abandonaría (jactancia tan nuestra, de los tradicionales) Jesús le respondió: “antes de que el gallo cante dos veces me habrás negado tres” (Mc. 14-30). Con la ironía fina de un acertijo, oscuro al momento de formularlo y vuelve evidente cuando se comprende. Jesús le dijo a Pedro que sería fiel por Su gracia divina y no por la voluntad de la carne ni de la sangre. Sino de lo que procede de Dios.

Los tradicionales, los católicos que queremos seguir siendo fieles, practicamos estas jactancias de Pedro, cuando no la desesperación de Judas. Queremos el Tabor porque “se está bien”, pero nos repugna la Pasión. Con frecuencia no velamos ni oramos media hora seguida.

Hay un impedimento para que esta hora trágica de la Iglesia se nos haga soportable: nosotros mismos. Queremos respuestas. Las queremos ya. No somos capaces de detenernos a contemplar la inmensidad de esta batalla cósmica entre Dios y el demonio que se debate a escala universal. Entre la Santísima Virgen, terrible como ejército en orden de batalla, y la Anti-iglesia. Lloriqueamos o maldecimos. Añoramos la Cruzadas, y no advertimos el privilegio único de participar de la mayor cruzada de la historia. Discutimos, pero no reflexionamos. Hacemos caso de las teorías de cualquiera, e ignoramos las doctrinas de la Iglesia y las profecías reveladas. O las interpretamos a nuestro sabor, como si nos cupiera autoridad. Pedimos deliberación y consejo de guerra cuando lo que necesitamos es velar las armas. Clamamos por la restauración de la Iglesia y no hacemos el menor esfuerzo por la restauración del culto de la Iglesia. Y cuando queremos esclarecer su doctrina muchas veces lo hacemos de un modo muy poco evangélico.

La consecuencia de esta falsa perspectiva de la situación nos vuelve gritones y prepotentes. O taciturnos y desesperanzados. Entre nosotros y para con los herejes, cuyas almas también están, hasta cierto punto, en nuestras manos.

En Fátima la Señora dijo que millones de almas van al infierno porque no hay nadie que rece por los pecadores. Los herejes son responsables de pecados gravísimos. Nosotros no rezamos por ellos, sino que los insultamos y maldecimos, olvidados de que la gracia misteriosa de Dios nos ha puesto de este lado y no nuestros méritos, aunque ellos hayan concurrido pobremente a abrir la puerta. Y sin advertir qué tan cerca estamos de caer, muchas veces, por pretender el triunfo de la Iglesia de Cristo sin el espíritu del Evangelio de Cristo ni la guía de los santos y doctores que han sostenido y restaurado la Iglesia a lo largo de su historia.

Ciertamente hay que estar atentos a las señales, que es algo muy diferente de preguntarnos obsesivamente “¿porqué?”, “¿cómo es posible?”, “¿cuándo cesará este dominio de los malvados sobre la Iglesia jerárquica”. Preguntas lícitas, pero hasta cierto momento en que las respuestas quedan reservadas a los tiempos de Dios. Como cuando nos preguntamos “¿por qué sufro esta enfermedad”?, “¿por qué a mí esta desgracia”? Preguntas que Dios va respondiendo con el paso del tiempo en las almas pacientes, que se amoldan a su voluntad, pero calla a las impacientes.

Velar y orar. ¿Y no hacer nada más?

Cada uno sabrá qué puede hacer, además de sostenerse –o para sostenerse–firmemente en esta, la gran apostasía. Pero sea lo que fuere, ha de hacerlo según el espíritu del Evangelio. Tanto convocar a los más confundidos a venir a la seguridad de la Tradición católica como exhortar a los que militan contra la Iglesia, con diversos grados de responsabilidad, a que rectifiquen su doctrina y sus vidas.

Cierto obispo, gran apologista de la Fe, que convirtió a miles de herejes, escribió muchísimos textos de consejo a sus dirigidos sobre el tema.

“Cuando es necesario contradecir a alguien u oponer nuestra opinión a la de otro, hay que hacerlo con gran dulzura y habilidad, sin querer violentar el espíritu de nadie, pues nada se gana obrando con aspereza… El espíritu humano puede ser persuadido, pero no forzado. Forzarlo es provocar la contradicción”. (…)

“Estando en París y predicando en la capilla de la Reina sobre el día del Juicio (no era un sermón polémico) se encontraba allí una señorita llamada Padreauville, que había venido por curiosidad; cayó en las redes y después del sermón hizo la resolución de instruirse, y tres semanas después vino a confesarse conmigo y después me trajo toda su familia, y fui padrino de confirmación de todos ellos. Ved como ese sermón, que no era contra la herejía, respiraba, sin embargo, contra la herejía porque Dios me dio su espíritu a favor de muchas almas. Desde entonces digo que el que predica con amor predica contra los herejes, aunque no diga una palabra polémica contra ellos.

Un modelo a tener en cuenta, San Francisco de Sales. Y si bien el segundo texto vale principalmente para los sacerdotes, que tienen por función predicar, nos instruye a los que obligados por la situación de la Iglesia asumimos el deber de defender la Fe, aún siendo seglares. Y el primero, si apenas lo practicáramos entre nosotros, tendríamos una fuerza de convicción invencible.

Marcelo González

(Fuente: Panorama Católico Internacional)

Notas

[1] El último de ellos, no el más grave, un desvío de fondos de 25 millones de dólares destinados a la caridad para sostener una institución médica más que sospechada de diversos delitos.

[2] Ver mensaje completo de la Virgen en La Salette en la descarga al pie de la página.

 

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