San José y el cónclave de mayo de 2025

En la tercera semana después de Pascua la liturgia de la Iglesia nos recuerda que Jesús resucitado consolida con su presencia y sus enseñanzas a la Iglesia naciente antes de subir al Cielo.

La Iglesia, que nació en el Calvario, es una sociedad visible que necesita una jerarquía que la guíe. Dicha jerarquía está constituida por los Apóstoles y sus sucesores, a los que Cristo concedió potestad para enseñar y administrar los sacramentos. Los pastores de la iglesia  son ayudados en su ministerio por los sacerdotes, subalternos a ellos y representados por los setenta y dos discípulos. En el vértice de la jerarquía, como pastor supremo, se encuentra San Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, al que Nuestro Señor entregó las llaves del Reino, las cuales han sido transmitidas a su vez a sus 266 sucesores. La jurisdicción de San Pedro es universal, porque la misión que Cristo confió a sus Apóstoles es universal: «Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt.28,19). Mientras lleve a cabo su misión, la Iglesia revivirá los padecimientos del Calvario, pero las persecuciones, herejías, cismas e infidelidades con que se topará en su camino no impedirán que triunfe en el tiempo y en la eternidad.

En los cuarenta días que transcurrieron entre la Resurrección y la Ascensión, Jesús perfeccionó su Iglesia explicando a los Apóstoles el sentido de su misión y las tribulaciones que encontrarían. Junto a ellos está María, que durante las horas de la Pasión sintetizó en su persona a toda la Iglesia, por ser la única cuya fe nunca vaciló. María se convirtió en Madre de la Iglesia y Corredentora del género humano cuando el Verbo se encarnó en su seno. Por esa razón, antes de nacer en el Calvario y ser bautizada por el Espíritu Santo en Pentecostés, la Iglesia ya tenía por patrono a San José, cabeza de la Sagrada Familia. De hecho, al proteger a Jesús, Dios hecho hombre, y a la Madre de Dios, protegió y sigue protegiendo en el Cielo desde que murió a la Iglesia militante, sobre todo en lo referente a la profesión de su fe. Después de la bienaventurada Virgen María, ninguna criatura humana tuvo tanta fe como San José, y por eso en la oración A ti, bienaventurado san José le pedimos que aleje de nosotros «el flagelo de los errores y los vicios» y nos asista desde el Cielo «en esta lucha contra el poder de las tinieblas».

Habrían de pasar muchos siglos hasta que empezara a ser conocido el papel que desempeña San José en la salvación de los hombres, los pueblos y la Iglesia. El conocimiento completo de su poder estaba reservado a los últimos tiempos, en los que la Iglesia, probada hasta el extremo de sus fuerzas, necesitaba más ayuda de la que se le había concedido en épocas anteriores. Y así pues, los papas, del mismo modo que manifestaron la grandeza de María, comenzaron a proclamar también la de San José. Por tanto, el 8 de diciembre de 1870, tras la invasión de Roma el 20 de septiembre anterior, el beato Pío IX declaró a San José Patrono de la Iglesia Universal mediante el decreto Quemadmodum Deus. Este decretó dio carácter canónico a la verdad según la cual San José protege a la Iglesia del mismo que durante su vida terrena protegió con su autoridad a la Sagrada Familia.

Con la carta Inclytum Patriarcham del 7 de julio de 1871, Pío IX recordó que desde el 10 de septiembre de 1847, la festividad del Patrocinio de San José, que ya se celebraba en muchos lugares gracias a una concesión especial de la Santa Sede, la había extendido él a toda la Iglesia. «De hecho –explicó–, en estos últimos tiempos, en los que se ha declarado una feroz y terrible guerra contra la Iglesia de Cristo, la devoción de los fieles a San José ha crecido y aumentado tanto, que innumerables y ardientes peticiones nos han llegado de todas partes. Devoción renovada recientemente mientras se celebraba el Concilio Ecuménico Vaticano para todas las clases de fieles y, lo más importante, para muchos Venerables Hermanos Cardenales y Obispos: lo pidieron insistentemente, con el fin de innovar más eficazmente la misericordia de Dios por los méritos y la intercesión de San José para eliminar en estos tiempos espantosos todos los males que nos perturban por todos lados, declarémoslo Patrono de la Iglesia Católica. Nosotros, por tanto, movidos por estas peticiones e invocando la protección divina, decidimos aceptar tantos y piadosos deseos, y con un Decreto particular de nuestra Sagrada Congregación de Ritos, que ordenamos publicar durante la Misa solemne en nuestro lateranense, Vaticano, y basílicas patriarcales liberianas el 8 de diciembre del pasado año 1870, dedicado a la Inmaculada Concepción de su Esposa, declaramos solemnemente al Beato José “Patrón de la Iglesia Católica”, y ordenamos que en su fiesta del 19 de marzo, día de primera clase, sin embargo, sin una octava debido a la Cuaresma, debería celebrarse en todo el mundo».

Precisamente para celebrar el 150º aniversario de este solemne decreto de Pío IX, el papa Francisco promulgó el Año de San José desde el 8 de diciembre de 2020 al 8 de diciembre de 2021, siendo uno de los actos más acertados de su pontificado. Con todo, Francisco ha dejado a la Iglesia en una de las situaciones más atormentadas de su historia, y no parece casual que el cónclave que habrá de elegir a su sucesor se inaugure el 7 de mayo, miércoles de la segunda semana después de la octava de Pascua, que es precisamente la fecha en que la liturgia tradicional conmemora a San José como Patrono de la Iglesia.

Ignoramos cómo fue elegido San Lino, sucesor de San Pedro, a finales de los años sesenta del siglo I, ya que todavía no existía un sistema codificado como en los cónclaves de siglos posteriores. Lo que sí sabemos es que indudablemente San José veló por aquella y por todas las elecciones de pontífices que vinieron después implorando la asistencia del Espíritu Santo sobre quien fue llamado a ejercer tan supremo cometido. Hoy nos dirigimos igualmente a San José, Patrono de la Iglesia, para que por su intercesión resulte elegido el hombre más digno de ser Vicario de Cristo en la Tierra.

Si la mayoría de los cardenales no son receptivos a la influencia del Espíritu Santo y no eligen al papa debido, San José protegerá a los fieles devotos en las duras pruebas que vendrán, infundiéndoles valor para combatir por el honor de la Iglesia y una fe inquebrantable en el Corazón Inmaculado de María, confirmado por el Cabeza de la Sagrada Familia, que con su presencia bendijo la última aparición de Fátima el 13 de octubre de 1917.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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