La palabra “sinodalidad” se va imponiendo gradualmente en la vida de la Iglesia sin que realmente casi nadie sepa lo que significa. Si la aplicamos a la vida del sacerdote nos encontramos con una asunción de vida totalmente mundana con una sensible diferencia respecto a la vida de cualquier laico: un seglar normalmente trabaja para poder vivir mientras que el cura “sinodalizado” apenas tendrá trabajo que hacer. Lo vemos en un ejemplo de ficción muy pero que muy cercano a la vida ordinaria:
El sacerdote “protagonista” de esta ficción acaba de ser nombrado párroco. Cuando toma posesión canónica de su comunidad parroquial se encuentra con una realidad a la que se ajusta por ser muy “sinodal”. Detallemos la misión:
Hay un consejo pastoral con atribuciones directivas. No se trata de un consejo de laicos que ayude y aconseje al párroco: el consejo toma decisiones vinculantes y se reúne con frecuencia para gobernar la parroquia. El párroco “puede” acudir a esas reuniones desde una presidencia solo decorativa y con el fin de ser informado de lo tratado y decidido.
Hay un consejo económico del que forma parte, por derecho canónico, el párroco. Pero el párroco no se atreve a tomar iniciativa alguna por la presión ejercida desde los muy sinodales miembros de ese consejo.
Los sacramentos de bautizo y matrimonio (los que no se celebran con Misa) son administrados por un diácono permanente, el cual acude acompañado de su esposa.
Las exequias sin Misa igualmente son celebradas por el diácono permanente u otro que se ordenará pronto como presbítero.
Las exposiciones eucarísticas las hace un acólito instituido.
El párroco solo celebra la Santa Misa y en la misma celebración no dará la comunión ya que eso “pertenece” a ministros extraordinarios. Las Misas en días de la semana se van eliminando y quedan solo la dominical (solo por la mañana) y alguna durante día laborable. El llamado “equipo de liturgia” de la parroquia, formado por laicos, decide todo lo relacionado con la ornamentación, subsidios, devociones, cantos y hasta “aconseja” al párroco que use solo la plegaria II (llamada falsamente de “san Hipólito”, que realmente fue inventada en una cafetería romana por varios teólogos progres en los años sesenta).
¿Confesiones?; el párroco no está cada día en el confesonario. Si alguien quiere confesar lo busca por su despacho o sacristía, o por la cafetería que hay frente al templo. Se hacen los llamados “actos penitenciales” tres veces al año (adviento, cuaresma y pascua) para que solo esos días se anime a los fieles a confesarse. Vendrán otros curas para ayudar al párroco a que no se canse demasiado de estar oyendo confesiones.
¿Unción de enfermos?; eso de visitar a moribundos a dar la unción es cosa del pasado. Al párroco no se le molesta con eso. Una vez al año hay una celebración colectiva de la unción en el templo y hasta se ve a jovencitos acercarse en cola a recibir lo que antes se llamaba “extremaunción”
¿Visita a enfermos?; esa tarea la hacen los laicos voluntarios. La comunión a estos impedidos la llevan laicos. El párroco no visita a los enfermos para no eclipsar la sinodalidad laical en esta tarea. Se dan comuniones y como el laico no puede confesar a los enfermos éstos se quedan sin el sacramento del perdón
¿Catequesis?; la formación de padres y padrinos para el bautizo, de novios para el matrimonio, de jóvenes y adultos para la confirmación…es tarea de laicos bien formados. El párroco solo aparecerá si acaso para concelebrar con el obispo el día de confirmaciones. En bautizos y bodas ni aparece en muchos casos.
¿Formación de catequistas?; el párroco sinodal los enviará a encuentros diocesanos para ser formados. Si entre los catequistas hay “no practicantes” o bien amancebados y/o casados por civil, el párroco no va a entrar en “batallas” para evitar desestabilizar la muy sinodal parroquia
¿Movimientos seglares en la parroquia?; el párroco será un cero a la izquierda parta evitar ser tachado de “clerical”; algunos de estos nuevos movimientos ya adjuntan sus propios formadores y catequistas que dejarán de lado al párroco al que solo acudirán para resolver carencias materiales u organizativas.
Por supuesto y para evitar el signo “clerical” o “eterno” del sacerdocio como “otro Cristo”, el párroco tendrá derecho a un mes de vacaciones, como cualquier trabajador, donde a veces ni se sabrá donde está y habrá cortado del todo con su parroquia. Y el llamado “día libre” empezará en el mediodía del domingo y se prolongará hasta el martes por la tarde: igualmente ilocalizable el pastor sinodal.
Pues en esto desemboca la tan cacareada sinodalidad sacerdotal: conversión del sacerdote en un funcionario con un nivel de exigencia mucho más bajo que cualquier trabajador laico normal de nuestra sociedad. La pregunta que nos viene es “¿de que sirve el sacerdote en esta nueva concepción progre?”
Si a alguno le parece duro este artículo que lean el magnífico tratado del cardenal Sarah al respecto “Al servicio de la verdad” y comprobarán que lo expuesto en estas líneas es un triste y verídico reflejo de la realidad.