Un hombre de estilo gótico

Por esas cosas de la Providencia he tenido la oportunidad de conocer en Roma la iglesia Santa María de los Mártires, más conocida en el orbe por la denominación pagana Panteón. Dicho templo tiene sus comienzos bajo el emperador Marco Agripa, y fue concluido por orden del emperador Adriano. La expresión Panteón significa “templo de todos los dioses”, lo que bien prueba por sí mismo –va un neologismo- la paganolatría. En el año 608, el emperador bizantino, Focas, donó la construcción al papa Bonifacio IV, pontífice que la transformó en iglesia católica bajo la denominación que ya indiqué.

El hombre católico siempre ha edificado iglesias para dar culto a la Augusta Trinidad, para que se pueda celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, para que sea lugar donde se impartan los sacramentos. En fin, para poder allí adorar, dar gracias, pedir perdón e impetrar de Dios sus gracias. Lugares de recogimiento donde el alma, en el silencio reinante, reza.

Es interesantísimo saber tres cosas del rey David: primero, que cuando ofrece los materiales para el templo, lo hace todo en miras a la gloria de Dios; se trata de una Casa para agradar a Dios, no para agradar a los hombres: “Con todas mis fuerzas he preparado para la Casa de mi Dios el oro para los objetos de oro, la plata para los de plata, el bronce para los de bronce, el hierro para los y hierro, la madera para los de madera” (I Paralipómenos 29, 2); más claro aún: “a fin de edificarte una casa para tu santo Nombre” (I Paralipómenos 29, 16). Segundo, es notable lo que el gran rey pide a Dios tocante a su hijo, Salomón -hijo que debía ahora construir la Casa con los materiales que le deja su progenitor-: no pide que su vástago haga lo que le viniera en ganas, sino que guarde lo que le fue transmitido: “Da a mi hijo Salomón un corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus testimonios y tu preceptos, a fin de que todo lo ponga por obra y edifique el palacio, para el cual yo he hecho los preparativos” (I Paralipómenos 29, 19). Antes vemos a David decirle a Salomón: “Mira ahora que Yahvé te ha escogido para edificar una casa que sea su Santuario. ¡Sé fuerte y manos a la obra! (I Paralipómenos 28, 10); y también que lo que se edificará es “para el servicio de la Casa de Yahvé” (I Paralipómenos 28, 20). Tercero y de máxima importancia, el templo no fue una ocurrencia de David, sino que el mismo le fue indicado por Dios mismo (hasta los materiales y el para qué de ellos): “Todo esto me mostró Yahvé en un escrito que me llegó de su mano: el modelo de toda la obra” (I Paralipómenos 28, 19). Veo en esto último una hermosísima analogía con la Iglesia Católica, con el Canon de la Sagrada Liturgia, ambas dadas por Cristo Dios, de modo que no son invenciones humanas ni las invenciones humanas pueden meter mano distorsionando eso divino con fines de complacencias mundanas.

Están los templos que llamaré materiales, mas también está el que uno debería ser. Solo en el católico que vive la fe con la gracia divina en su alma se produce algo verdaderamente extraordinario, asombroso, e inimaginable para ninguna mente en singular ni para el conjunto de todas las mentes en universal. En él se da una formación única, especialísima, que supone un cuerpo y un alma. Literalmente supone eso, repito: cuerpo y alma. Tal templo no lo puede levantar un hombre desde el exterior, porque no existe hombre alguno que pueda hacer un alma y mucho menos darle la gracia santificante, por lo que su principal constructor es el Espíritu Santo. Ese templo divino que Dios levanta en nosotros, puede, tristemente, transformarse en algo pagano por el pecado. Mas, gracias al infinito amor de Jesucristo, a su infinita misericordia, por el sacramento de la penitencia, cumplidas debidamente las condiciones para alcanzar el perdón de Dios, podemos volver a la amistad divina, a ser templos del Espíritu Santo, y así como el Panteón de pagano se hizo católico, así también nosotros resucitar de la muerte en la que nos hallábamos.

Me gusta imaginar que hay personas católicas que son templos de estilo paleocristiano, otras de estilo bizantino, otras romano, otras gótico, otras estilo barroco, otros renacentista, otras rococó. Por caso, para mí Santo Tomás de Aquino es un hombre de estilo gótico, una suerte de Duomo de Milán (catedral de Milán) pero cien veces más inmensa. Las agujas espirituales del santo dominico fueron de tan altura que llegaron a penetrar los cielos: se lo apodó Doctor Angélico. Y si alguien ha tenido la oportunidad de conocer la mencionada catedral gótica, podrá inferir más o menos lo que implicaría algo cien veces más grande. Ni qué hablar de San José: tan descomunal su tamaño espiritual que si me es permitido una imaginación comparativa solo una piedra de su piso supera en tamaño al mundo todo.

Y surge una pregunta: ¿Qué hay en mi templo? ¿Habita el Espíritu Santo? ¿Está bien fundado en la fe católica? ¿Hay silencio y tranquilidad? ¿Vive Cristo como en un sagrario viviente? ¿Se recurre a los santos? ¿Se da el incienso de la oración que sube principalmente para adorar al Dios Trino? ¿Tiene un lugar especialísimo la Santísima Virgen María? ¿Es San José nuestro gran patrono? ¿Reina la caridad? ¿Hay algunas piedras preciosas adornándolo? ¿Refleja el exterior lo interior, mostrando que en un todo se da en nuestro ser una casa sagrada?

El católico que vive en gracia y de la gracia es templo de Dios no como algo aislado al modo protestante y que, por tanto, se descubre como falso que deviene en un seudotemplo guiado por el libre examen, sino como parte de un cuerpo místico completamente unido y en el que se da la “comunión de los santos”. Somos templos de Dios, unidos todos en una misma oración, en la misma confesión de fe, y  en la misma práctica sacramental.

Las Sagradas Escrituras afirman: “¿No sabéis acaso que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, le destruirá Dios a él, porque santo es el templo de Dios, que sois vosotros” (I Corintios 3, 16-17). Sobre dicho pasaje evangélico, es sumamente interesante lo que ha dicho Monseñor Straubinger: “El Espíritu de Dios que nos convierte en templo de Dios, habitando en nosotros, ha de ser nuestro maestro, sin lo cual no podemos entender las cosas de Dios ni, en consecuencia, edificar según ellas con oro y piedras preciosas. ‘Destruye’, pues, el templo de Dios quien prescinde de escuchar como maestro al Espíritu Santo y pretende edificar sobre el fundamento de Cristo, según su propia iniciativa”. Y esto último mencionado no puede pasarse por alto, porque es precisamente lo que ha hecho el dañino modernismo introducido por hombres de iglesia en la Iglesia: pretendieron “edificar sobre el fundamento de Cristo pero según su propia iniciativa”. De modo que son impostores de la fe, con el tremendísimo agravante de que dan y llaman católica “a su propia iniciativa”, de ahí que se ve con claridad su vertiente protestante de la libertad de examen, o, en otras palabras, la prevalencia de su iniciativa usando para ello a Cristo como fundamento, y constituyendo así la vía abierta, de par en par, para que gracias al subjetivismo modernista haya seudotemplos personales basados en una fe subjetiva. Se opera entonces la destrucción de la unidad de la fe, de la unidad de sacramentos, de la unidad en la oración.

En el seudotemplo personal veremos que no se adora a Dios, sino a la formación mental que cada uno hizo de lo que llama Dios (reinado del inmanentismo). No será el hombre el que se adapte a la religión, será la religión la que debe adaptarse a cada uno, de ahí que cada uno viva la religión más o menos como le viene en ganas. Hay descontrol, predominio de lo pasional y de lo emocional. El exterior refleja el interior. Esta “vivencia personal” del modernismo, ama de invocar al Espíritu Santo, es más, a él le atribuye todas sus inspiraciones (bien a lo protestante), mas solo se trata de los campos del subjetivismo. Cuando se traslada por analogía todo eso personal a lo que tiene que ver con lo edilicio, la construcción de iglesias, lo que ocurre es una lógica consecuencia de la “vivencia” referida. Y entonces tenemos el siguiente análisis. ¿Qué visión tiene el modernismo de lo que es una iglesia? La dividiría en dos: una, la que ha caído sobre las construcciones históricas, y dos, la que tienen respecto de las construcciones modernas. Respecto a las primeras, muchas veces las vacían de las imágenes que solían verse; inutilizan los altares laterales; promueven la cartelería; suelen abandonar los confesionarios.

Respecto a la segunda, hela aquí: les agrada levantar construcciones estrambóticas, muchas de ellas de simbología masónica; suelen ser construcciones vacías por dentro; apartan las imágenes de los santos; los confesionarios son más bien mesas de charlas psicológicas; abundan carteles como si fuera una feria. Bajo ambas visiones modernista se da esto otro: con claridad manifiestan que están celebrando la memoria de una cena, no el Santo Sacrificio de la Cruz de modo incruento, de ahí también el acento “acentuado” de que se celebra en una mesa, no en un altar; la gente conversa como si se tratase de un café; y esto se resalta con el bullicio, los bailes, los instrumentos profanos, los canticos sensibleros, las palmas, la osada vestimenta, en fin, lo mundano introducido en lo que debería ser la casa de Dios. No es de extrañar entonces que lo desopilante de sus exteriores sea cabal prueba de lo horripilante de sus interiores. Con todo, aparece un círculo vicioso: será la liturgia que se practique la que formará a sus seguidores, dándose así, siempre, la tan famosa expresión “lex orandi, lex credendi”. Ni por más vueltas y revueltas que muchos quieran darle para hacer creer que bajo los cambios que se dieron en materia doctrinal y litúrgica todo siguió igual, los hechos son más que claro probando de qué están hechos sus frutos. Pensar que es un crecimiento en la fe tener una liturgia que ha llegado hasta ver como bueno que Cristo sea manoseado y pisado, no cabe ni en un cuento contado por alguien que está dormido. 

Así como el catolicismo transformó el Panteón (templo de todos los dioses) en iglesia católica (templo del único y verdadero Dios), el modernismo, sacudiendo el pasado, ha pretendido transformar a las iglesias católicas en panteones donde tenga lugar la oración conjunta con las falsas religiones.

¿Qué templo somos? ¿Qué templo buscamos? ¿Anhelamos en nosotros un templo digno de Dios? ¿Luchamos para que eso se dé en nosotros? Si andamos como templo pagano, pidamos a Dios nos ayude a volvernos templos de Él. Si andamos como templos modernistas, pidamos a Dios la gracia de abandonarlo, de volvernos a la Tradición Católica, para ser “adoradores de Dios en espíritu y en verdad” (Jn. 4, 23).

Tomás I. González Pondal
Tomás I. González Pondal
nació en 1979 en Capital Federal. Es abogado y se dedica a la escritura. Casi por once años dictó clases de Lógica en el Instituto San Luis Rey (Provincia de San Luis). Ha escrito más de un centenar de artículos sobre diversos temas, en diarios jurídicos y no jurídicos, como La Ley, El Derecho, Errepar, Actualidad Jurídica, Rubinzal-Culzoni, La Capital, Los Andes, Diario Uno, Todo un País. Durante algunos años fue articulista del periódico La Nueva Provincia (Bahía Blanca). Actualmente, cada tanto, aparece alguno de sus artículos en el matutino La Prensa. Algunos de sus libros son: En Defensa de los indefensos. La Adivinación: ¿Qué oculta el ocultismo? Vivir de ilusiones. Filosofía en el café. Conociendo a El Principito. La Nostalgia. Regresar al pasado. Tierras de Fantasías. La Sombra del Colibrí. Irónicas. Suma Elemental Contra Abortistas. Sobre la Moda en el Vestir. No existe el Hombre Jamón.

Del mismo autor

Elogio del patriarcado

Quizá la figura temible del ‘Hombre de la bolsa’ haya calado...

Últimos Artículos

Fisonomía de los santos: Santa Clara de Asís

La mirada de los santos es muy diferente de...

Mortal

Tocaré un tema que interesa a pocos, causa indiferencia...