Todos lo repiten: nos enfrentamos a un enemigo invisible, el coronavirus. Y es cierto. Pero, ¿en qué sentido? Invisible no significa inmaterial. El virus -todo virus- es un microorganismo que pertenece al mundo de la materia, no al espiritual. Ahora bien, es invisible porque el ojo humano no lo percibe sino a través del microscopio. Es invisible porque es misterioso. Se desconoce la naturaleza y la forma de propagación: es enigmático e inasible.
Estas características hacen que resulte difícil combatir elvirus, en Italia y en todo el mundo.
Pero si es difícil combatir un enemigo invisible con armas visibles, sí es posible hacerlo con armas igualmente invisibles, verdaderamente invisibles, como son las armas espirituales. Creemos firmemente, porque nos lo dicen la fe y la razón, que junto al mundo visible, material, corpóreo, existe un mundo invisible, inmaterial e incorpóreo; en resumen: el mundo espiritual.
Todo hombre tiene un arma íntimamente ligada a su cuerpo. Esa alma es invisible porque es espiritual. Las facultades primarias de nuestra alma, la inteligencia y la voluntad, son espirituales. Pero existen también criaturas espirituales, espíritus puros: los ángeles. Y también son seres espirituales los demonios, que son ángeles caídos y condenados.
Dios, ser por esencia, espíritu puro de una grandeza infinita, creó todas las cosas de este mundo para manifestar ad extra sus infinitas perfecciones, y un ángel es, por naturaleza, el espejo más diáfano y resplandeciente que refleja su espiritualidad.
Disponemos de unas armas invisibles formidables para combatir el coronavirus: las armas espirituales, mucho más fuertes y eficaces que las materiales. La primera de dichas armas es la oración. La oración todo lo puede. Recordemos las palabras de Jesús: «Todo lo que pidiereis orando, creed que lo obtuvisteis ya, y se os dará» (San Marcos 11,24).
Y también: «Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diríais a esta montaña: “Pásate de aquí, allá”, y se pasaría, y no habría para vosotros cosa imposible» (San Mateo 17,20).
Debemos dirigir también nuestras oraciones a los ángeles, que constituyen un ejército invencible de espíritus puros que no sólo podemos lanzar contra el coronavirus, sino contra todos los enemigos de nuestra alma y de la Iglesia, empezando por los demonios. Debamos amar a los ángeles y cultivar la devoción a ellos, porque son las causas segundas, los medios de los que se vale Dios –causa primera de todo lo que existe– para intervenir en la creación y encaminarlo todo a fin último, que es la gloria de Dios. Dios triunfa siempre en la historia, y puede servirse hasta de un diminuto microorganismo para confundir la soberbia de los hombres y triunfar en las almas de quien lo ama y en toda la sociedad cuando se cumplan sus planes.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)