El 15 de noviembre de 2015, en el templo luterano de Roma, a una mujer protestante que preguntaba si podía comulgar en Misa junto a su marido católico, Bergoglio respondió de modo tan ambiguo que dejaba entender que sí podía (cfr. la web “Settimo cielo”, 25 de mayo de 2018).
Después de dicha respuesta, la mayor parte de los Obispos de Alemania, en febrero de 2018, tomaron la decisión de admitir a la comunión eucarística también a los cónyuges protestantes. Algunos prelados (entre los cuales el cardenal de Colonia, Rainer Woelki) recurrieron a Roma, a la Congregación para la doctrina de la fe. Entonces, Francisco I convocó en Roma una cumbre de prelados vaticanos “expertos en ecumenismo” y de representantes alemanes, tanto del catolicismo como del protestantismo. El 3 de mayo de 2018, la cumbre terminó, por voluntad de Bergoglio, con la orden dada a los Obispos alemanes de “encontrar, en espíritu de comunión eclesial, un resultado, si es posible, unánime”. Pero, como un acuerdo semejante no es posible, dio prácticamente vía libre a todas las posiciones en contraste. Todo es lícito. Como la cuestión es muy grave, el cardenal holandés Willem Jacobus Eijk pidió aclararla y, junto a él, se hizo oír el arzobispo de Filadelfia, Carles J. Chaput.
Veamos lo que enseñó la Iglesia católica, hasta la revolución teológica del Vaticano II, respecto a las relaciones de los católicos con los acatólicos. El contacto con los acatólicos puede suceder tanto en la vida civil (“communicatio in profanis”) como en los actos de culto de la vida religiosa (“communicatio in sacris”).
Por lo que respecta a la comunicación civil con los acatólicos, y con más razón con los no cristianos, dicha comunicación está permitida sólo hasta cuando se deriven peligros para la fe. Por tanto, está prohibida la participación en reuniones, congresos, conferencias o sociedades que tengan la finalidad de reunir en una sola alianza religiosa a todos aquellos que se llaman cristianos y, por tanto, a los católicos; más aún, está prohibido incluso promover semejantes iniciativas (cfr. Santo Oficio, 8 de julio de 1927, AAS, XIX, 1927, p. 278). Están prohibidas también las “conferencias ecuménicas” (Santo Oficio, 5 de junio de 1948, ASS, XL, 1947, p. 257), si no se realizan con el acuerdo de que la parte católica y la acatólica, equiparadas, traten cuestiones relativas a la fe y a la moral, exponiendo cada una su propia tesis como opinión personal y subjetiva, pero sigue estando prohibida toda “communicatio in sacris” (Santo Oficio, 20 de diciembre de 1949, ASS, XLII, 1950, pp. 142-147).
Pero la cuestión que nos ocupa es la de la comunión en actos de culto y en el máximo de ellos, o sea, la comunión eucarística. Se da cuando los católicos participan en los actos de culto protestante o permiten a los protestantes participar en los actos de culto de la religión católica. La participación activa de los católicos en los actos de culto acatólicos está absolutamente prohibida (CIC, 1917, can. 1258, § 1). En efecto, se trata de participar en actos cultuales que son heréticos en sí mismos. Por tanto, la participación en ellos está prohibida por la Ley natural y divina, y la autoridad eclesiástica (aunque fuese el Papa) no puede cambiarla, sino que la debe conservar y defender. Quien participa en los actos de culto de los acatólicos (según el CIC can. 1258, § 2) es sospechoso de herejía.
Por lo que respecta a nuestra cuestión, o sea, a la participación activa de los acatólicos en los actos de culto católico (por ejemplo, la comunión eucarística de los protestantes en la Misa católica), está prohibida porque puede inducir a error, haciendo creer que la fe católica no es sustancialmente distinta de la acatólica (ya sea protestante o cismática/ortodoxa), promoviendo así el indiferentismo. El CIC (can. 731, § 2) enseña que, fuera del peligro de muerte, no es lícito administrar los sacramentos a los acatólicos, aunque tuvieran buena fe, si antes no se han reconciliado con la Iglesia. En cambio, en peligro de muerte, un hereje o un cismático puede ser absuelto sub conditione, si tiene buena fe y no se tiene tiempo para convencerlo de su error. Antes, sin embargo, es necesario hacerle emitir el acto de fe, esperanza y caridad. En cambio, por lo que respecta a la extremaunción es lícito darla sub conditione a un hereje o cismático carente de sentido cuando se pueda hacer sin escándalo. El católico, en peligro de muerte, que no puede conseguir un ministro católico, puede pedir la absolución y la extremaunción a un cismático, no a un protestante, que no cree en estos dos sacramentos. Nunca es lícito pedir la comunión eucarística. Para mayor completez aportamos las palabras del arzobispo Charles J. Chaput.
“Quién puede recibir la eucaristía, cuándo y por qué, no son sólo preguntas alemanas. Si, como dijo el Vaticano II, la eucaristía es la fuente y el culmen de nuestra vida de cristianos y el sello de nuestra unidad católica, entonces las respuestas a estas preguntas tienen implicaciones para toda la Iglesia. Se refieren a todos nosotros. Y en esta luz, ofrezco estos puntos de reflexión y de discusión, hablando sencillamente, como uno de tantos obispos diocesanos:
- Si la eucaristía es verdaderamente el signo y el instrumento de la unidad eclesial, entonces, si cambiamos las condiciones de la comunión, ¿no redefinimos de hecho quién y qué es la Iglesia?
- Se quiera o no, la propuesta alemana hará inevitablemente esto. Es el primer estadio de una apertura de la comunión a todos los protestantes, o a todos los bautizados, ya que, al final, el matrimonio no es la única razón para consentir la comunión para los no católicos.
- La comunión presupone una fe y un credo común, incluida la fe sobrenatural en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía, junto a los siete sacramentos reconocidos por la tradición perenne de la Iglesia católica. Renegociando esta realidad de hecho, la propuesta alemana adopta una noción protestante de identidad eclesial. El simple bautismo y una fe en Cristo parecen suficientes, no la creencia en el misterio de la fe como es entendido por la tradición católica y por sus concilios. El cónyuge protestante ¿deberá creer en las órdenes sagradas como son entendidos por la Iglesia católica, que los ve lógicamente vinculado a la fe en la consagración del pan y del vino como cuerpo y sangre de Cristo? ¿O están sugiriendo los obispos alemanes que el sacramento de las órdenes sagradas podría no depender de la sucesión apostólica? En tal caso, afrontaremos un error todavía más profundo.
- La propuesta alemana rompe el vínculo vital entre la comunión y la confesión sacramental. Presumiblemente, dicha propuesta no implica que los cónyuges protestantes deban ir a confesarse los pecados graves como preludio para la comunión. Pero esto está en contradicción con la práctica perenne y la enseñanza dogmática explícita de la Iglesia católica, del Concilio de Trento y del actual Catecismo de la Iglesia católica, como también del magisterio ordinario. Esto implica, como efecto suyo, una protestantización de la teología católica de los sacramentos.
- Si la enseñanza de la Iglesia puede ser ignorada y renegociada, comprendida la enseñanza que ha recibido una definición conciliar (como, en este caso, en Trento), entonces ¿todos los concilios pueden ser históricamente relativizados y renegociados? Muchos protestantes liberales modernos ponen en discusión o rechazan o simplemente ignoran como bagaje histórico la enseñanza sobre la divinidad de Cristo del concilio de Nicea. A los cónyuges protestantes ¿se les exigirá creer en la divinidad de Cristo? Si necesitan creer en la presencia real de Cristo en el sacramento, ¿por qué no deberían compartir la fe católica en las órdenes sagradas o en el sacramento de la penitencia? Si creen en todas estas cosas, ¿por qué no son invitados a hacerse católicos como modo para entrar en una visible y plena comunión?
- Si los protestantes son invitados a la comunión católica, ¿los católicos serán todavía excluidos de la comunión protestante? Si es así, ¿por qué deberían ser excluidos? Si no son excluidos, ¿no implica esto que la visión católica sobre las órdenes sagradas y la válida consagración eucarística son, en efecto, falsas, y, si son falsas, que las creencias protestantes son verdaderas? Si la intercomunión no pretende implicar una equivalencia entre las concepciones católica y protestante de la eucaristía, entonces ¿la práctica de la intercomunión separa a los fieles del recto camino? ¿No es este un caso de manual de “causar escándalo”? ¿Y no será visto por muchos como un modo amable de engañar y de esconder enseñanzas arduas, en el contexto de la discusión ecuménica? La unidad no puede construirse sobre un proceso que oculta sistemáticamente la verdad de nuestras diferencias.
La esencia de la propuesta alemana de la intercomunión es que la sagrada comunión pueda ser compartida incluso cuando no existe una verdadera unidad de la Iglesia. Pero esto hiere el corazón mismo de la verdad del sacramento de la eucaristía, porque, por su misma naturaleza, la eucaristía es el cuerpo de Cristo. Y el “cuerpo de Cristo” es tanto la presencia real y sustancial de Cristo bajo las apariencias del pan y del vino, como la misma Iglesia, la comunión de los creyentes unidos a Cristo, la cabeza. Recibir la eucaristía significa anunciar de manera solemne y pública, ante Dios y en la Iglesia, que se está en comunión tanto con Jesús como con la comunidad visible que celebra la eucaristía”.
(Traducido por Marianus el eremita)