CATECISMO TRADICIONAL PRIMERA COMUNIÓN: 4. Los ángeles y el hombre

Sabemos que Dios existe, hemos procurado hacer su retrato, al menos en cuanto ha sido posible a la pequeñez de nuestra inteligencia. También hemos procurado entrar, ayudados de la Revelación, en el gran misterio de la Trinidad. Son tres las personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son más que un solo Dios.

¡Gran misterio! Cuanto podemos comprender hemos comprendido; por lo demás, adoremos y creamos. Ahora se trata de saber qué cosas ha hecho el Creador. Vosotros sabéis que a cada uno se le conoce por sus obras… No basta saber que Dios es un puro Espíritu infinitamente perfecto; ni basta saber que hay tres personas en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que forman, un solo Dios. Hoy nos preguntamos: ¿qué ha hecho Dios?

Hijos míos, el soberano Señor del mundo lo ha hecho todo: ha hecho esas piedras finas que más tarde usáis en aderezos y prendedores; ha hecho esas lindas florecitas con que más tarde adornaréis vuestros cabellos; ha hecho esos graciosos pájaros cantores, que, sin saber que cantan, gozan de la vida sensitiva, que no tienen las flores ni las piedras. Por eso el pájaro es más perfecto que la piedra preciosa de vuestros prendedores, más perfecto también que la florecita que sólo exhala perfumes.

Por encima del diamante, de la flor, del pájaro, aparecemos nosotros en la escala de los seres. Somos más perfectos que el diamante (existimos como él); más que la flor, pues la vida vegetativa que tenemos, la poseemos en más alto grado. Somos todavía más perfectos que el pájaro que canta y vuela, porque, no diré que podamos volar (lo cual haremos más tarde con los aeroplanos), pero podemos cantar, saltar, correr, poseyendo la vida animal más perfecta que los pájaros. Pero además aún superamos a todos estos seres… ¿en qué? en que tenemos inteligencia, tenemos el espíritu, el alma.

Hoy estudiaremos las criaturas más perfectas salidas de la mano de Dios. Desde el punto de vista de la revelación y de la experiencia, podemos decir que las más perfectas de todas las criaturas son los ángeles y los hombres, porque conocen y aman, y en esto se parecen al Criador.

Comencemos por los ángeles. ¿Qué son los ángeles? Son puros espíritus, no tienen cuerpo… Difícil es formarse idea de un ser sin cuerpo; sin embargo, hay seres que piensan y aman y no tienen cuerpo.

Ante todo, un ángel es un ser que existe…

No hay que darle formas determinadas: ni alas de color de rosa, ni azules, ni verdes, ni amarillas: eso es imaginario. Sin embargo, los ángeles existen, son seres vivos que piensan y aman; doble facultad que también vosotros poseéis, pues tenéis inteligencia y corazón. Los ángeles, pues, participan del amor y del pensamiento, y de un modo más perfecto que nosotros. No sería completa la definición si dijéramos que el ángel es un ser que piensa y que quiere: debemos agregar que no está unido a un cuerpo; con que, en definitiva, diremos con el catecismo que los ángeles son criaturas inteligentes y puramente espirituales. Y, a pesar de todo, quedamos completamente desconcertados, porque no podemos formarnos idea exacta de un ángel. Le daremos, si os place, la figura de un hermoso mancebo, aunque sepamos muy bien que no tiene la naturaleza de éste; sólo podemos decir de él con toda verdad, que es un ser vivo que piensa y quiere mejor que nosotros.

Dios ha creado seres de esta naturaleza…

Me diréis: «¿Y cuántos ha creado?» Más que los granos de arena del mar. Así lo enseña Santo Tomás, pues mientras más perfectas son las criaturas, más las multiplica Dios… ¡Qué hermoso pensamiento! los ángeles, fuerzas inteligentes y puras, esos ángeles buenos que brillan más que el sol y las estrellas, existen a millares y millares de millones. Porque Dios es la bondad misma, y la bondad ansia derramarse.

El Padre Celestial los creó un día, para decirlo en nuestro lenguaje, pues no hay días para el Dios infinito. Los creó en un punto de su eternidad, es decir, los sacó de la nada.

Para hablar por imágenes, Dios sentía como un dolor entrañable que le estremecía el corazón; y dio un suspiro amoroso, y surgieron espíritus vivos, surgieron los ángeles.

Apenas el Criador dio vida a tan bellos espíritus, quiso probar la solidez de su hechura, ni más ni menos que os sucede a vosotros cuando hacéis un monigote de miga de pan: lo amasáis, y pronto resulta un caballito o un hombrecillo con su cabeza y brazos y piernas, y luego lo ponéis bien tiesecillo sobre la mesa. Después de admirarlo, probáis si está bien hecha la escultura derribando el muñequito; si en la prueba pierde un brazo, una pierna o la cabeza, decís de mal talante: «¡valiente muñeco!», y lo arrojáis.

Así el Todopoderoso, antes de sentar a los ángeles en la gloria, quiso probarlos. Sin cuerpo como eran, no podía probarlos con objetos sensibles. Les probó, pues, el espíritu y la voluntad, ya que eran espíritus puros: y el Santo de los Santos habló así: «¿Cómo pensáis conocer?» Los ángeles se desconcertaron, y algunos dijeron en su orgullo: «Para conocer, me basto yo; nada de intervención divina; puedo conocerlo todo sin Dios». Esto no era verdad, porque, como criaturas, por más inteligentes que fueran, no podían conocerlo todo sino por Dios que era como su gran lumbrera.

El Creador agregó: «Y esto ¿cómo lo conoceréis?» y súbitamente, sobre el gran velo de la eternidad, apareció una figura intelectual para los ángeles: era una Cruz inmensa, de larguísimos brazos, y en medio de ella un hombre que los ángeles contemplaron atónitos. Y Dios les dijo: «Ese es el Hijo mío, el Verbo Divino, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Un día se encarnará, quiero decir que tomará carne de la naturaleza humana, permaneciendo íntegra su persona divina… ¿Queréis creer este misterio?» Entonces muchos ángeles dijeron (y notad, de paso, que cometieron la grave irreverencia de discutir con su Soberano): «¿Qué es esto? ¿Encarnarse el Verbo en una naturaleza humana, siendo tan pequeña? ¿y Vos descenderéis desde las inmensas alturas de vuestra eternidad por los niños y las niñas? Si queréis rebajaros tanto por los miserables chiquillos que pululan por el mundo y pulularán hasta el fin de los siglos, tomad al menos la forma de un bello ángel como nosotros. Haceos en buena hora hermoso, espléndido de luces celestiales, como somos nosotros; pero haceros pequeño y crecer luego para morir clavado en una Cruz… ¡horror de horrores!»— tal dijeron los ángeles orgullosos.

—«¿Sí, horror decís?—respondió el Señor con voz terrible. — ¿Os atrevéis a penetrar y discutir los designios de la Providencia? ¿Tan encumbrados os creéis que, prescindiendo de mí, despreciáis mi luz para conocer tan hondos misterios?…» Dijo, y los ángeles rebeldes perdieron sus blanquísimas alas, se apagó la luz de su espléndida belleza y, en tropel abominable, fueron precipitados en los abismos del infierno…

Aunque se les represente muy feos a estos malos ángeles, quedaron, sin embargo, puros espíritus, es decir, inteligencias y voluntades sin cuerpo. Se les pinta con cuernos, armados de tridentes, respirando fuego y azufre. No son así en realidad; y el diablo puede muy bien acercarse a vosotros en figura de guapísimo adolescente… Tened cuidado, hijos míos, con esas pinturas intencionadas que pueden ridiculizar la religión; jamás ha representado la Iglesia de este modo a los demonios; son siempre puros espíritus, cuya voluntad está impregnada de odio a Dios, y esto los hace espantables. Son activos; doquier se mueven y pugnan por alejar a los hombres del amor de Dios; y su inteligencia solo en el mal se revuelve y agita: por más energías y luces que posean, todas las emplean en el mal, y tratan siempre de ejecutarlo con la ayuda de su voluntad perversa…

¿Y todos los ángeles prevaricaron?

No, a Dios gracias. Hay un gran número que permanecieron fieles al Todopoderoso en la prueba a que les sometió, y dijeron: «Señor, nos preguntáis cómo podemos conocer… No conocemos sino por Vos. Por más que sea grande nuestra hermosura y estemos de ello persuadidos, somos sólo criaturas vuestras. Sólo Vos sois grande, Señor, sólo Vos hermoso; nuestra belleza de Vos dimana, no conocemos sino por Vos, y de Vos tenemos lo poco que valemos y somos».

Dios, haciéndoles conocer el misterio de su Eternidad, prosiguió diciendo: «Veis ahí a mi Cristo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, crucificado en madero afrentoso para redimir al hombre… ¿Queréis adorarle?» Y los ángeles plegaron sus alas y cantaron el cántico de adoración: «¡Gloria, salud y bendición al Cordero inmolado en todos los siglos de los siglos!…»

Dios levantó al punto el gran velo que cubría su divina Majestad y transportó los ángeles a las celestiales mansiones… Hasta entonces no habían tenido estos puros espíritus la dicha de ver a Dios cara a cara y gozar de Él; desde entonces le contemplaron siempre…

Como la misma palabra indica, «ángel» quiere decir «enviado». Tan pronto como llegáis al mundo, los mensajeros celestiales son enviados por Dios para guardar vuestras almas… No erais entonces grandes ni hermosos, y sin embargo, por razón de tener un alma, erais tan preciosos a los ojos de Dios, hijos míos, que al punto os manda desde el cielo un ángel de blancas alas para que ande siempre a vuestro lado.

Para ti solo manda Dios su ángel; cada niño o niña tiene el suyo. Cuando el niño está en la iglesia, allí está su ángel; cuando va de paseo, cuando se dirige a clase, su ángel le acompaña; cuando duerme, el ángel guarda su sueño… apenas el niño ha cerrado los ojos, toca Dios desde el cielo su gran timbre de oro, y el ángel contesta desde la cabecera: «Aquí estoy». El dueño de la vida pregunta entonces: «¿Qué han hecho hoy Juan, Pablito, Carlos?… ¿Qué ha hecho hoy María, Pepita, Carmen?… ¿Se ha portado bien fulanita? ¿ha aprendido el catecismo? ¿ha obedecido a su mamá?» Y el buen ángel responde,—y no puede mentir—responde lo que ha sucedido, pues ha sido testigo de todo.

Para concluir esta materia de nuestro ángel bueno, debo advertiros, hijos míos, que le améis, respetéis y le roguéis que os ayude a practicar el bien, cuando seáis acometidos de recias tentaciones. Si estuviese a nuestro lado un príncipe, ¿le trataríamos como al cocinero, o como a un quídam, de baja estofa? ¿Qué haríais cuando con él os encontrarais? Le haríais profunda reverencia, como se acostumbra con los grandes de la tierra. Pues bien: tenéis a vuestro lado un príncipe, un príncipe del Santo de los Santos, un ángel que no os abandonará jamás, aunque os volváis muy ancianitos. Siempre estará a vuestro lado: los abuelos y abuelas tienen su ángel, y cuando llega el momento de hacer el viaje a la eternidad, el ángel lleva sus almas a Dios. Es preciso, pues, que respetéis a vuestro ángel, y no hacer cosa de que delante de él podáis avergonzaros. Cuando estéis solos, pensad que vuestra soledad es sólo aparente, pues realmente hay siempre un testigo invisible de vuestros actos: el ángel bueno. Con él, debéis decir, debo portarme correctamente, como se portaría un niño con un monarca, y más todavía, pues el monarca, al fin, es un pobre reyezuelo de aquí abajo que se ha de morir presto, pero el ángel es un rey que habita en los cielos por toda la eternidad.

Hemos terminado lo que a los ángeles atañe.

Vamos ahora a estudiar qué cosa sea el hombre, del cual da el catecismo esta definición: Es una criatura racional, compuesta de alma y cuerpo. Hay, pues, en nosotros algo de ángel y algo de bestia; somos, en efecto, ángel y bestia a la vez.

Un cuerpo: para empezar por lo más fácil. Vosotros sabéis lo que es un cuerpo: brazos, piernas, orejas, cabeza, ojos… Un cuerpo se ve, pero sabéis muy bien que no sois pura materia: hay además en vosotros un rum-rum que piensa y quiere; este rum-rum que os asemeja al ángel, es el alma dotada de inteligencia y de querer.

Me diréis: Yo bien toco el cuerpo, pero el alma no la veo. Y yo os contestaré: Verdad es que no veis vuestra alma, pero conocéis sus operaciones, que son pensar y querer. El cuerpo es el simple ejecutor o preparador, pero el alma la que piensa y quiere. No pudiendo, pues, ser ejecutados estos actos espirituales de pensar y querer por el cuerpo que es materia, es necesario admitir que tenemos un ser intelectual y espiritual, como los actos que el tal ser produce. Este principio simple y espiritual es nuestra alma, nuestro rum-rum. Pues bien, esta alma ha tenido comienzo, puesto que ha sido creada por Dios, pero no tendrá fin, porque no está compuesta de partecitas materiales que puedan destruirse; por esto es inmortal, es decir, no puede morir. Y ¿cómo ha criado Dios este rum-rum maravilloso?

Hemos dicho que el hombre es una criatura racional, compuesta de alma y cuerpo. El Todopoderoso hizo primero el cuerpo, y después le pasó lo mismo que cuando creó los ángeles: desbordándose todo de caridad divina, sintió el corazón dolorido. Ya sabéis que algunas veces no podemos respirar y, para conseguirlo, henchimos y contraemos sucesivamente el pecho. Pues Dios hizo esto, como lo hizo también al crear los ángeles; aunque esto de suspirar ya podéis comprender que lo digo en figura, pues no ignoráis que el Creador, Espíritu puro, no suspira. Para que me entendáis mejor, os diré que Dios, lleno del amor inmenso que pugnaba por derramarse, sacó de su corazón un suspirazo tal como suyo, y el suspiro lo dejo caer sobre el cuerpo material que de antemano había formado: cuerpo de hermosa contextura por las venas azules que le surcaban, los huesos entre sí trabados que le sostenían, la piel fina que envolvía tan maravillosa escultura. Penetró, pues, con aquel suspirazo este barro tan bien trabajado, y de ello resultó el hombre, criatura racional, compuesta de alma y cuerpo. Decimos criatura, para dar a entender que no se formó el hombre por sí mismo; racional, para que comprendamos nuestra superioridad sobre el mundo inferior; compuesta de alma y cuerpo, para explicar nuestra naturaleza.

Notad que esta alma es espíritu, pero no puro espíritu. Quien es puro espíritu es el ángel, porque carece de cuerpo, ni debe estar con el cuerpo unido; cosa que no pasa al alma, pues la nuestra debe amalgamarse y unirse al cuerpo, la cual unión substancial del alma con el cuerpo nos constituye individuos de la raza humana. Puede esta alma conocer y amar, y éste es el privilegio principal de nuestra naturaleza, porque por el cuerpo nos equiparamos a los animales: sentimos como ellos, comemos como ellos o bien vivimos como viven las florecidas. ¿Habéis entendido? Lo que nos hace reyes de la creación es nuestra alma, la llama purísima que exhaló la boca de Dios, el suspiro amoroso que brotó de su corazón.

Además, el hombre conoce, ama y quiere; por esto somos como un compendio de las divinas perfecciones, una miniatura de Dios, porque también El ama, conoce y quiere. Nos distinguimos, empero, de Dios esencialmente: en El son infinitas estas facultades; en nosotros, limitadas. Dios es puro espíritu, el Espíritu por esencia; nosotros sólo somos un alma substancialmente unida al cuerpo.

¿Y cuándo hizo el Creador al hombre? La Biblia nos contesta: en otro momento de la eternidad, el Todopoderoso, después de crear a los ángeles, quiso crear al hombre. Para ello, como ya habernos indicado, tomó un poco de barro, y de él hizo un cuerpo; con un suspiro salió de su seno un alma que sumió en aquel cuerpo, y Adán, nuestro primer padre, alzóse y tomó posesión del mundo. Nuestra primera madre fue Eva, que formó Dios de una costilla de Adán, y fueron ambos jefes y cabeza de la humanidad. Subiendo de generación en generación es cómo llegamos a esta primera pareja, a quien debemos la vida, después de Dios.

Ultima pregunta respecto al hombre. ¿Por qué puso Dios a Adán y Eva sobre la tierra y también a nosotros? Ya hemos dicho que a los ángeles los crió para que le sirvieran y fueran sus eternos ministros; en cuanto a los hombres, el catecismo dice para qué fueron criados: para conocer y amar a Dios, servirle en esta vida, y así alcanzar la eterna.

No estáis en la tierra para ser halagados, ganar mucho dinero, ser muy felices… en el sentido humano en que se toma esta palabra. No; sois unas pequeñas criaturas que Dios destina a más altos fines: os ha colocado aquí bajo para que le conozcáis, pues es el ser más bello que podéis conocer; os ha puesto también para que le améis, pues es el Amor por excelencia, mejor aún que vuestro papá y que vuestra mamá. En fin, os ha dado la vida para servirle con vuestra voluntad, pues cuando se conoce a una persona que es muy buena y muy hermosa, se la ama, y amándola se la obedece de mil amores.

Y haciendo esto mereceréis la vida eterna.

Considerad bien que el Criador no os ha dado esta pobre herencia del mundo para gozar de ella: os ha puesto aquí para daros más tarde otra vida, otra alegría más duradera, que nadie podrá jamás quitaros, y este grandísimo gozo es el cielo. Por esto sois pequeños reyes, por esto sois reinecitas.

Ya sabéis que los hijos del rey de España nacen reyecitos; y al hijo mayor, cuando es chiquito, se le dice príncipe, reyecito, y por consiguiente su hermanita, está claro, será la reinecita. Pues bien, hijos míos, vosotros sois más reyecitos y más reinecitas que los hijos de los reyes. ¿Más que reyes de España? —Sí. —¿Más que reyes de Inglaterra?—Sí.—¿Más que los hijos de la emperatriz de Rusia?—Sí. Más todavía, porque los reyes y reinas de la tierra pierden, al morir, sus coronas y sus dominios y sus inmensas riquezas, pero vosotros seréis reyes del cielo. Cuando muráis, si sois buenos Dios os trasladará a reinar en el cielo, en tronos cuajados de diamantes y piedras finas; y vuestros ángeles custodios estarán de fiesta cantando contentísimos el día en que el buen Jesús os haga reyecitos y reinecitas de la Eternidad.

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