El Amén, esta palabra intraducible, fue dicho antes que por nosotros, por el mismo Dios. En el texto arriba citado del libro del Apocalipsis, en este versículo que es como el sello de toda la Divina Revelación, el Amén está entre dos puntos, lo cual es raro que suceda con una única palabra, lo encontramos entre “Etiam venio cito” y “Veni, Domine Jesu”. Las palabras pronunciadas por Jesús y que son una promesa suya y las palabras que son una oración que nosotros debemos hacer.
“Amén”: como un compromiso es dicho por Jesús, pero después, como un acto de Fe, es dicho también por nosotros.
Adquiere un significado diferente, pero siempre afirmativo, cuando es el Amén de Jesús y cuando es el Amén de todos nosotros que creemos y esperamos en Él.
Una palabra significativa, única en todas las lenguas del mundo, que tiene una marea de significados según cómo se usa. Puede ser palabra de Dios, pero también palabra de cada hombre. Amén de Jesús que promete volver y por esto sabemos que vendrá y no tardará. Amén de todos nosotros que imploramos su vuelta y pedimos que sea pronto. Qué importante este Amén de Dios y nuestro. Es verdaderamente decisivo en un mundo desorientado, en el que a Dios no se le pone ya en el primer lugar, y en el que el hombre se quiere poner en el primer lugar, en el lugar de Dios.
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No pienso que la nueva venida de Jesús, cuando venga en la gloria, sea una venida fugaz; no pienso que sea una aparición para desaparecer inmediatamente después. Cuando venga Jesús, entonces una oración unánime se elevará y será la de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, Señor / Mane nobiscum, Domine, quoniam advesperascit”: atardece en este mundo turbulento, lleno de problemas y de peligros. Necesitamos a Jesús, necesitamos verlo y poder decir como Juan, cuando apareció sobre las aguas: “¡Es el Señor!”. San Pedro aquel día fue hacia él caminando sobre el agua, pero después dudó y estaba a punto de hundirse. Jesús tuvo que agarrarlo para levantarlo.
Hoy necesitamos, más que nunca, que Jesús nos tienda la mano y nos sostenga. Que se muestre a nosotros y nos diga: “¡Soy yo, no temáis!”.
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Él no nos abandona, no nos deja huérfanos, nos manda otro Consolador, otro sí mismo. Más aún, nos ha dicho que Él en persona volverá, aparecerá sobre las nubes del Cielo y estará otra vez con nosotros, como antes y más que antes. ¡No tardes, oh Señor, no tardes!
Alabado sea Jesucristo
festindomine
(Traducido por Marianus el eremita)