De la muerte del alma

Meditación para el martes de la decimoquinta semana

PUNTO PRIMERO. Considera en este mozo difunto que llevaban a enterrar fuera de la ciudad, la persona de un pecador en él representada, el cual en un cuerpo vivo trae un alma difunta a la gracia del Señor, y como dice san Juan en su Apocalipsis [1], tiene nombre de vivo y está difunto; el cuerpo es el ataúd en que lleva el alma muerta, arrastrado de sus apetitos que le llevan a enterrar a la sepultura del infierno. Pondera la fealdad de un difunto, sin operación de vida, ni tiene ojos para ver, ni manos para obrar, ni oídos para oír, ni pues para dar un paso; así el alma del pecador es fea y abominable en los ojos de Dios y de sus ángeles, y el pecador tan sin vida, que ni tiene ojos para ver su daño, ni manos para obra buena, ni oídos para oír a Dios, ni pues para buscar y diligenciar su salvación, y es llevado como muerto de la fuerza de sus apetitos, ¡Oh miserable estado y digno de ser llorado con lágrimas de sangre! Contempla su ceguedad y desventura, y el fin y sepultura tan horrible adonde le llevan; y pide a Dios que te tenga de su mano para que no caigas en la muerte del alma, y que despierte y de vida a todos los caídos en ella.

PUNTO II. Considera cómo el cuerpo difunto, fuera de no tener acción de la vida, se corrompe y hierve de gusanos faltándole esta, y causan tan mal olor que le sacan y entierran porque no inficione la ciudad; todo lo cual sucede al pecador en el alma cuando queda muerta por el pecado, que luego hierve de gusanos de vicios, y con la corrupción de las costumbres da tan mal olor de mal ejemplo y escándalo con su vida, que ordena Dios le saquen de este mundo porque no inficione a los demás con el contagio de sus vicios. Carga la consideración en los que has conocido, y contempla sus desordenadas vidas, los escándalos que causaron y los fines desastrados que tuvieron, y saca de esta meditación grande aborrecimiento del pecado, y deseos de evitarle en ti y en todos los que pudieres, porque no vengan a tan miserable estado. Llora los escándalos que has dado con tu mala vida, y dale gracias a Dios porque te ha sufrido y dado tiempo de penitencia, y pídele fervorosamente gracia para corregirla en adelante.

PUNTO III. Considera la amargura con que esta madre lloraba la muerte de sus hijo por el mucho amor que le tenía, en quien estaba representada la Iglesia, que como madre piadosa llora a sus hijos difuntos en el alma, porque han perdido la vida de la gracia. Considera su ceguedad, pues llorándolos la Iglesia, sólo ellos no se lloran a sí mismos, antes como sordos y ciegos ríen cuando habían de llorar, y se despeñan en nuevos vicios cuando habían de hacer penitencia de los cometidos. ¡Oh locos, y qué burlados os hallaréis al final de la jornada; y cómo entonces lloraréis amarguísimamente las risas que ahora tomáis, sin fruto ni remedio, porque no le tendréis! Vuelve los ojos a ti mismo y considera cuántas veces te ha llorado la Iglesia como a hijo difunto cuando tú reías descuidado en tus vicios: vuelve sobre ti y llora tu ceguedad, y pide a Dios que te perdone y que te de gracia para nunca más pecar y tener amor a tus prójimos: acompaña al llanto de tu madre la Iglesia, gimiendo, llorando y clamando al Señor por ellos, y ten confianza, que así como se apiadó de este por las lágrimas de su madre, se apiadará de los pecadores por las lágrimas de los que intercedieren por ellos.

PUNTO IV. Considera últimamente la sepultura adonde llevan a los difuntos en el alma, que es el infierno; y pondera que si es horrible cosa sepultar a un hombre vivo con los muertos, adonde con su hedor y podredumbre se consuma y acabe la vida, ¿cuánto más horrible cosa es sepultarle vivo en el infierno en horribles llamas entre víboras y serpientes, en fuego que siempre atormenta y nunca consume, juntando en uno la vida con la muerte? Acuérdate de aquel rico del Evangelio que vestía púrpura y comía espléndidamente, y al remate de la vida dice Cristo [2]: que murió el rico y fue sepultado en el infierno; que tal sepulcro está dispuesto para los muertos en el alma: a él los llevan sus deleites y sus desordenados apetitos: medita en este paradero y en sus tormentos y atormentadores y compañeros, y en la duración, que es eterna sin remisión ni alivio: y vive con temor de ir a tal sepultura, y de rematar tu vida en tan horribles tormentos; y pues el remedio es volver a la vida de la gracia, pídele a Cristo que te restituya a ella, como restituyó al hijo de esta viuda a la del cuerpo.

Padre Alonso de Andrade S.J

[1] Apocalipsis 3

[2] Lucas 16

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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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