Desde hace décadas el secularismo creciente en Europa, ha provocado que muchos templos cierren por falta de fieles. En Holanda más de 900 han debido ser cerrados, de los que 300 han sido demolidos, «otros 300 ocupados por nuevas formas de fe y los restantes convertidos en apartamentos, bares, restaurantes, oficinas, e incluso clubes nocturnos, debido a que el número de fieles disminuyó con fuerza y rapidez». Ya a mediados de los 1990, en la diócesis holandesa de Breda que contaba con 168 iglesias, al menos la mitad fueron cerradas por la aridez de fieles.
Se estimaba a fines de 2010 que en los Países Bajos habían 4.166.000 católicos, 25,0 por ciento de la población frente a más del 40 por ciento en 1970, número de fieles que continúa en caída, más o menos en medio punto porcentual al año (al igual que el número de protestantes que en los Países Bajos también son liberales, sin embargo los musulmanes, siguen aumentando y son actualmente el 6% de la población). El resultado del catolicismo liberal.
I. Modernismo
En la segunda mitad del siglo XIX afloró plenamente la corriente heterodoxa del modernismo, de difícil definición por su propia naturaleza, sin rostro y doctrina única. Según el Papa San Pío X, el modernismo es la síntesis de todas las herejías.[1] En efecto resulta de una síntesis de protestantismo liberal, Ilustración, positivismo, naturalismo, liberalismo, exégesis crítica, historicismo, evolucionismo (Tyrrel +1909, Loysy +1940, etc.).
En el Syllabus (1864), Pío IX condenó 65 proposiciones claramente modernistas. San Pío X lo enfrenta con el mayor empeño, como puede verse, con la encíclica Pascendi, y el motu proprio Sacrorum Antistitum, conocido como Juramento antimodernista (1910).[2]
El modernismo sigue actuando hoy en día, ya no de una manera solapada u oculta, sino abiertamente. Como sus herederos siguen reclamando la reforma de la Iglesia, para una correcta comprensión de las actuales corrientes teológicas resulta indispensable el conocimiento de este conjunto de herejías.
En 1950, el Papa Pío XII publicó su encíclica Humani Generis, en la que condenaba la reaparición demasiado evidente del modernismo en la Iglesia. En Roma se esperaba que la carta pontificia encontraría un fuerte eco en el mundo católico, pero en los Países Bajos no ocurrió nada de ese tipo. La Universidad Católica, o al menos su facultad de teología, lo ignoró.
La crisis por la que atraviesa la Iglesia postconciliar tiene múltiples facetas que han sido expuestas en diversas formas por sin número de escritores eclesiásticos y laicos, haciendo más confuso el conocimiento de sus orígenes y su real significado. Ocurre ahora algo similar a lo sucedido hace cinco siglos, cuando se consumó el cisma de la Reforma, al que está ligado el cisma actual, con la agravante de que no es la Sede Apostólica la que, como en aquella época, pudo permanecer incontaminada de todo error doctrinal, sino que, dando un giro de 180°, se ha convertido en el principal impulsor del neoprotestantismo, tratando reunir las fuerzas dispersas del cristianismo en una nueva concepción religiosa que dé cabida a todas las sectas anteriormente condenadas por el magisterio pontificio y ahora, paso a paso, reconocidas como iguales a la Iglesia Católica.[3]
II. El cisma holandés
Una vez verificado el Vaticano II, la Iglesia aflojó el vínculo de unidad: no sólo allí donde era demasiado rígido, sino también donde, uniendo a sí las Iglesias particulares, las unía además entre ellas. La Iglesia en Holanda «se encontraba en estado de rebelión, independencia y experimentación precismática», adoptando la más aguda forma de desunión eclesial.
«Lo que ocurrió a partir de más o menos 1960 en la Iglesia holandesa se puede denominar con todo derecho un proceso de desintegración».[4]
Ya en el lejano año 1956 los obispos holandeses, con Alfrink a la cabeza (recién nombrado arzobispo de Utrecht), habían encargado al Instituto Superior de Catequesis de la Universidad Católica de Nimega la redacción de un nuevo catecismo para niños, que suplantaría el «antiguo», cuya última edición databa de 1949 se decidió abandonar la forma tradicional del catecismo –preguntas y respuestas para memorizar– argumentando que «la fe no es algo que se aprende, sino que se vive». Pero no sólo la forma cambió; las ideas subyacentes dieron un giro radical: lo importante no sería transmitir la revelación divina –que según los autores no habría terminado ni siquiera con la Nueva Alianza, y se continuaría en los cristianos–, sino la historia contemporánea y los problemas del momento actual. El fin de la catequesis sería «despertar en los jóvenes la conciencia de lo que promueve y de lo que agarrota la libertad humana». La catequesis adquiría así un núcleo antropológico en lugar de teológico, conforme a la teología transcendental.
En efecto, a un año de clausurado el Vaticano II, en 1966, apareció en Holanda un Nuevo Catecismo para Adultos conocido como Catecismo Holandés, el primero de una serie de catecismos heterodoxos publicados en varios países. Este «Catecismo» fue producido por el Instituto Superior de Catequesis en Nimega, institución jesuita, adscrita a su facultad teológica en Maastricht. El autor principal del «Nuevo Catecismo», (por sus ideas) fue quizás el Padre Piet Schoonenberg, SJ, profesor de teología dogmática en la Universidad de Nimega.
Entre los «romanos» se encontraba el redentorista holandés J. Visser, de la Curia Romana; entre los «holandeses» el dominico belga E. Schillebeeckx y los jesuítas holandeses P. Schoonenberg y W. Bless, estos dos últimos eran respectivamente miembro y presidente del Instituto Superior de Catequesis de Nimega.
Schillebeeckx «es quizá el teólogo neo-modernista de mayor influjo en la segunda mitad del siglo XX», un radical, cuyos escritos fueron investigados por la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano tres veces.
En 1965, el P. Schoonenberg SJ, explicó sus principios teológicos en una conferencia inaugural que dio en Nimega en mayo de 1965: Dios o el hombre, un falso dilema. Entre otras herejías, dijo que la gracia suprema de la unión hipostática es la entrega de la humanidad de Cristo a otros hombres. Por esta razón no hay actividad sobrenatural de Dios en el hombre que no sea también completamente la actividad del hombre (del razonamiento de Schoonenberg uno debe concluir que son idénticos). La consecuencia es, que lo que el hombre no está haciendo, Dios no lo hace, y esta idea impregna todo el «Catecismo holandés» como un hilo rojo. Por ejemplo, cuando un niño es bautizado, sin darse cuenta de lo que está sucediendo, no hay actividad del niño disponible para ser al mismo tiempo uno de Dios. En consecuencia, en los bautismos de infantes no ocurre nada, ciertamente nada que pueda llamarse sobrenatural. No puede haber ninguna cuestión de gracia santificante o carácter bautismal que el niño reciba, ni de ningún otro don sobrenatural. La única realidad es, que a través del bautismo, el niño se convierte en miembro de la Iglesia, “así como un pequeño becerro se une al rebaño”.
Según Schoonenberg, no puede haber ninguna cuestión de carácter sobrenatural en el alma, porque sería recibido sin el poder del hombre. La conclusión, dibujada también por Schillebeeckx, es que el sacerdocio es solo una función, no es algo ontológicamente sobrenatural. Por lo tanto, la ordenación sacerdotal no es necesaria para celebrar la Eucaristía (o para «presidirla» como dicen invariablemente los modernistas).
De acuerdo con sus principios fundamentales, el Catecismo Holandés no puede admitir que los sacramentos son instrumentos de gracia en el sentido católico clásico de la palabra, siendo el ministro un instrumento que actúa in persona Christi, en el cual el receptor obtiene verdadera gracia sobrenatural, y no como afirmaba Schoonenberg.
Este falso principio básico significó la imposibilidad de corregir el Catecismo, como sus autores de hecho se negaron a hacerlo cuando Roma lo solicitó.
Un grupo de 25 católicos holandeses, sacerdotes y laicos, dirigieron una carta a Paulo VI en la que enumeraban los errores doctrinales sustanciales en el Nuevo Catecismo, y solicitaban su intervención. Pablo VI nombró una comisión de cardenales, quienes encontraron errores aún más graves en el texto. Los purpurados propusieron por unanimidad una serie de correcciones y adiciones importantes,[5] cuyo resultado fue un libro publicado en 1969, titulado: ¿Por qué las correcciones al nuevo catecismo, prescritas por Roma, son inaceptables?
La Comisión de Cardenales estableció una lista de doctrinas que debían ser incluidas en dicho texto, la modificación de errores y ambigüedades que versaban sobre: existencia de ángeles y demonios, creación inmediata del alma, pecado original, Adán y Eva, poligenismo, concepción virginal de Jesús, virginidad perpetua de María, satisfacción expiatoria ofrecida por Cristo en el sacrificio de la cruz, perpetuación del sacrificio en la Eucaristía, real Presencia eucarística, transubstanciación, infalibilidad de la Iglesia, sacerdocio ministerial y sacerdocio común, autoridad en la Iglesia, Primado romano, conocimiento de la Trinidad, conciencia divina de Jesús, bautismo, sacramento de la penitencia, milagros, muerte y resurrección, juicio y purgatorio, universalidad de las leyes morales, indisolubilidad del matrimonio, regulación de los nacimientos, pecados graves y leves, estado matrimonial.
Pablo VI no intervino más. Su decisión demostró ser fatal para los Países Bajos, de donde desaparecieron todos los catecismos anteriores. La verdadera doctrina de la fe católica ya no se enseña en ninguna escuela allí, aunque muchos siguen siendo llamadas «católicas». Muy pocos niños reciben educación católica o, al menos, cierto conocimiento de la fe en cualquier escuela «católica». Ni siquiera se les enseña el Padrenuestro y el Avemaría.
Hoy, el Instituto Catequético de Nimega ya no existe, habiendo muerto por la muerte natural de instituciones que no dan buenos frutos, así como la facultad teológica de Maastricht, cerrándose y destruyéndose la iglesia, así como la de los franciscanos.[6]
Recordemos que un caso de grave resistencia a muchas verdades y normas de la Iglesia, la postema (como decían los médicos) se abrió con el Concilio Pastoral Holandés, que tuvo la característica de una gran asamblea representativa de «todos los estamentos eclesiales», y en presencia de los obispos holandeses, «que se reuniría en pleno seis veces, hasta 1970. Para involucrar a todos los fieles se formaron 15,000 grupos de trabajo –gespreksgroepen– distribuidos entre todas las diócesis, en los que participaban decenas de millares de fieles, que conversaban sobre diversos temas e informaban al Concilio Pastoral de sus conclusiones, propuestas u observaciones. El Concilio Pastoral fue presentado como una reunión conjunta de todos los fieles, pero estaba dominado por los intelectuales que desde algunos años atrás habían tomado posiciones estratégicas en las comisiones y consejos diocesanos. Los mismos que dominaban la agenda del movimiento de reforma de la Iglesia. La prensa católica (también la extranjera) estaba bien orquestada y seguía las sesiones muy de cerca».[7]
Con una mayoría del noventa por ciento, esta asamblea votó a favor de la abolición del celibato de los presbíteros, de la ordenación de mujeres al sacerdocio, de la participación deliberativa de los obispos en los decretos pontificios, y de los laicos en los de los obispos.
Paulo VI envió una carta autógrafa dirigida a aquel episcopado. Se ve en ella el carácter propio de su pontificado: el ojo ve la herida y el error, pero la mano no se acerca al mal para combatirlo y sanarlo, ni con medicinas, ni con cauterizaciones, ni con bisturí. Pablo VI no puede esconder que los informes sobre ciertos proyectos admitidos por el episcopado como base de discusión, así como ciertas afirmaciones doctrinales que figuran en ellos, le dejan perplejo y le parece que merecen serias reservas.
III. Los malos frutos del Cisma Holandés en la Iglesia hoy
En el Catecismo Holandés se replantean, más o menos abiertamente, casi todos los errores y ambigüedades del modernismo precedente condenado por San Pío X, aunque a veces, para llegar a las mismas conclusiones, se empleen argumentaciones diversas, más sofisticadas. Por eso puede considerarse que el Catecismo Holandés es el manual neo-modernista que más ha influido en el pensamiento católico desviado hoy en día.
Fijémonos en la crisis del momento actual verdaderamente espeluznante, y, sobre ese fondo escuchemos a Isaías que dice: «Un resto volverá, un resto de Jacob se volverá hacia el Dios Fuerte, porque aunque fuera tu pueblo oh Israel, como la arena del mar, sólo un resto volverá, su destrucción está decidida, para que quede bien clara la justicia, pues el Señor Yahvé de los Ejércitos, llevará a cabo en todo el país, el exterminio que ha resuelto hacer».[8]
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[1] CF. Encíclica Pascendi 1907, n. 38.
[2] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, Apogeo de la herejía modernista, https://adelantelafe.com/apogeo-de-la-herejia-modernista/
[3] Cf.: DES LAURIERS OP, R. P. GUÉRARD, Orígenes del neomodernismo.
[4] DE VELASCO ESTEBAN, ENRIQUE ALONSO, La crisis de la Iglesia Católica en los Países Bajos en la segunda mitad del siglo xx.
[5] Declaración de la Comisión de Cardenales sobre el “Nuevo catecismo”, http://www.ewtn.com/library/CURIA/CDFDCAT.HTM
[6] Cf.: VAN DEL PLOEG OP, J.P.M., The Church in the Netherlands.
[7] DE VELASCO ESTEBAN, ENRIQUE ALONSO, La crisis de la Iglesia Católica en los Países Bajos en la segunda mitad del siglo xx.
[8] Isaías, 10.