Navidad: la blasfemia y el pesebre

Hay muchas maneras de atentar contra la reverencia que debemos a Dios, pero la blasfemia es una de las peores, porque la blasfemia es el lenguaje de los demonios y de los réprobos. La blasfemia es un acto mucho peor que la impiedad, porque si el impío no honra a Dios, el blasfemo lo deshonra.

La colocación de un ambiguo y anti-evangelizador pesebre en la Plaza de San Pedro, el centro de la catolicidad, sacude el alma católica.

I. Blasfemia

Es toda es toda expresión insultante contra Dios, la Virgen, los santos o cosas sagradas: ya sea con palabras, gestos, signos, dibujos, etc.

San Agustín dice: «Los que blasfeman de Jesucristo que reina en el cielo, no son menos pecadores que los que le crucificaron en la tierra» (De moribus).

Dios castiga mucho la blasfemia. A veces, también en esta vida. Otros pecados pueden hacerse por debilidad o por sacar algún provecho; por ejemplo robar. Pero el que dice blasfemias no saca nada. La blasfemia es un pecado que va directamente contra la majestad de Dios. Por eso a Dios le duele tanto y lo castiga con gran rigor. La blasfemia es un pecado diabólico.[1]

El Aquinate explana la blasfemia señalando que ésta es, de suyo un pecado mucho más grave que el homicidio, porque va directamente contra el mismo Dios; aunque el homicidio es el mayor pecado que se puede cometer contra el prójimo.[2]

II. San Francisco y el pesebre de Belén

Quizás el pesebre es una de las imágenes católicas más aceptadas, incluso por no católicos y hasta por no creyentes, y aunque el pesebre en muchos casos se hubiera quedado en su vertiente tradicional popular, está claro que si tenemos en cuenta que el pesebre nos muestra el nacimiento de Jesucristo, podemos afirmar que, más allá de la intencionalidad con que se haya hecho, el pesebre de Belén, es un testimonio de fe entre el mundo.

La Navidad comienza en el seno de María antes de concretizarse en el pesebre. El pesebre nos ayuda a hacer presente en nuestro tiempo y en nuestra vida el misterio de la Encarnación.

San Francisco de Asís enseñó que para el cristiano había dos lugares a los que siempre tendría que volver: Belén y el Calvario. El «Pobrecillo» de Asís, salía a las plazas y a los caminos a hablarle a la gente del Niño Dios y lo hacía con tal vehemencia y pasión que quienes lo escuchaban quedaban profundamente conmovidos. La Navidad no era para San Francisco simplemente un mero recuerdo, sino una palpitante realidad que llenaba de gozo todo su ser, la Navidad cobraba vida en su corazón, porque para quien ha comprendido lo que significa la Navidad y ha vivido su proyección litúrgica, el misterio del nacimiento del Niño Dios deja una profunda lección.

La realización del misterio divino de la Noche Santa, define el papel de sus protagonistas.

III. Navidad nombre sagrado

Cuando se acerca la Navidad, el nombre Navidad está en boca de muchos, sobre todo de la publicidad en los Medios de Comunicación Social. Sí, el nombre sagrado de la Navidad ya no sirve más que para los comerciantes, como si se tratase de una invitación a fiestas profanas, a diversiones, a excesos en la mesa.

Sin embargo, Navidad es de significado divino, nativitas que quiere decir nacimiento, y sólo el nacimiento de Jesús, el Mesías, el Maestro, el Salvador de la humanidad. La Navidad determina el nacimiento de todo un Dios en medio de los hombres, es el comienzo del poema de la salvación de la humanidad, con el prodigio del majestuoso Dios hecho hombre.

Es el inicio del cumplimiento de las esperanzadoras profecías de tantos profetas que en nombre de Dios iban señalando las diversas etapas del amor de Dios para con el hombre: «Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado, que lleva el imperio sobre sus hombros. Se llamará Maravilloso, Consejero, Dios Poderoso, Padre de la eternidad, Príncipe de la paz».[3]

Navidad es un hecho totalmente espiritual, ya que es el increíble acercamiento de Dios al hombre, al débil mortal, al pecador desalentado, por lo tanto no prostituyamos el sagrado nombre de Navidad.

La palabra Navidad debe ser mágica para nosotros, en el sentido de que el solo hecho de escucharla, nos recuerde que Dios está a la puerta de mi vida, en el umbral de mi alma, en el vestíbulo de mi corazón. Palabra mágica que nos saca de nuestras preocupaciones ordinarias, a veces abrumadoras y tristes, para elevarnos instantáneamente a un mundo nuevo, esperanzador, siempre soñado y anhelado que es pura realidad, ya que nos revela que la Navidad que vivió la historia hace casi veinte siglos en la aldea de Belén está a punto de realizarse de nuevo, en el recinto íntimo de nuestro propio ser.

En un mundo lleno de palabras huecas, de afirmaciones sin sentido, y de promesas incumplidas, Navidad es palabra, es promesa, es presencia de lo invisible, es calor de un amor inextinguible, Navidad es una palabra que encierra intimidad de Dios, que se acerca a quien quiera recibirle. Dejemos a un lado juguetes, bebidas espumosas, cenas copiosas, distracciones mundanas y busquemos la Navidad, el nacimiento, el acercamiento de Dios en la pobre gruta de Belén, ahora en la pobre gruta de mi alma.

IV. Navidad: el Mesías viene a mí

Navidad es la salida de Dios de su trono de los Cielos, y es la llegada de Dios a la tierra a buscarnos.

Como nos dijo el profeta Ezequiel: Yo mismo pastorearé mis ovejas, y Yo mismo las llevaré a la majada —oráculo de Yahvé, el Señor. Buscaré las perdidas, traeré las descarriadas, vendaré las perniquebradas y fortaleceré las enfermas; mas a las gordas y fuertes las destruiré. Las apacentaré con justicia.[4]

Jesús explicará esta profecía de Ezequiel, aclarando que Él mismo es el Pastor y las ovejas son todas las personas nacidas en el mundo.

Dios prometió la salvación eterna, la bienaventuranza y la compañía de los ángeles sin fin, la herencia imperecedera, la gloria eterna, y como la consecuencia de la Resurrección, la ausencia total del miedo a la muerte.

Prometió la divinidad a los hombres, la inmortalidad a los mortales, la justificación a los pecadores, la glorificación a criaturas despreciables, sin embargo, como a los hombres les parecía increíble la promesa de Dios, de sacarlos de su condición mortal de corrupción, bajeza y debilidad, polvo y ceniza, para asemejarlos a los ángeles, no sólo firmó una alianza con los hombres para incitarlos a creer, sino que también estableció un mediador como garante de su fidelidad, y no estableció como mediador a cualquier príncipe o a un ángel, sino a su Único Hijo.

Pero no bastó a Dios indicarnos el camino, por medio de su Hijo quiso que Él mismo fuera el camino, para que bajo su dirección tú caminaras por él, por tanto el Hijo de Dios tenía que venir a los hombres, tenía que hacerse hombre, y en su condición de hombre tenía que morir, resucitar, subir al Cielo, sentarse a la derecha del Padre, y cumplir todas las promesas en favor de las naciones.

Maravilloso poema el que Dios según los profetas debería realizar a favor del hombre hundido por sus pecados, y este maravilloso poema pensado en el Cielo en el seno de la Santísima Trinidad, comienza en Belén, en la Navidad, lo que anunciaron los profetas, la venida del Pastor, del Mesías, del Salvador, del Sabio, que había de enseñarnos el camino de la salvación, todo ello ya ha comenzado desde el momento en que aparece en Navidad el Niño que había de ser el anunciado por los profetas.

Parece un niño cualquiera porque oculta los destellos de su divinidad, ah, pero es el mismo Dios que creó cielos y tierra con su poder, el mismo que entre truenos y relámpagos dio su Ley a Moisés en el Monte Sinaí, el mismo Dios que castigó con las formidables plagas al faraón de Egipto y a su pueblo, el mismo Dios que partió en dos el Mar Rojo y luego lo unió para aplastar en sus aguas a los perseguidores de Israel.

Este Dios sublime de majestad increíble es el mismo Niño de Belén, y en Navidad comienza su aventura de buscarme por los caminos del mal por los que me he extraviado hasta hallarme, cargarme sobre sus hombros y llevarme al seguro redil o aprisco del Reino de los Cielos.

Por eso la Navidad es la primera y más bella página de mi historia particular en el camino de la salvación. Hagamos de la Navidad una ilusión, un deseo, una búsqueda, un descanso del alma, un enriquecimiento de todo nuestro ser.

Germán Mazuelo-Leytón

[1] Cf.: SÁNCHEZ, B. MARTÍN, Malicia de la blasfemia.

[2] DE AQUINO, Santo TOMÁS DE, Suma Teológica, II-II. q. 13, a. 3, ad 1.

[3] ISAIAS 9, 6.

[4] EZEQUIEL 34, 15-16.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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