Hace cinco años, cuando se conoció la elección de Jorge Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI, sentimos una enorme decepción. No habría sido el primer cardenal de ideas heterodoxas que se transformara al ascender al Solio Pontificio, y eso deseábamos. Esa conversión es posible, pero tras cinco años de comprobar que los temores tenían un fundamento bien sólido, lo único que se puede esperar es una caída más acelerada al abismo.
En la Roma antigua los días se marcaban en el calendario como fastos y ne-fastos. Los fastos estaban dedicados a los dioses. Los ne-fastos al hombre. Si alguien violaba el respeto debido al fasto corría el riesgo de sufrir una desgracia, como castigo de los dioses por su impiedad.
Desde Juan XXIII a la actualidad, los pontificados han sido cada vez más nefastos. El culto al “hombre” ha sustituido en un vastísimo espacio de la jerarquía y de los fieles al culto a Dios. Estos pontificados han consolidado esa tendencia, con sus más y sus menos. Hoy el pensamiento católico generalizado es el de estar al servicio del mundo, del que Jesucristo nos ha advertido, lo odia (Jn. XV, 18). Y las consecuencias concretas de esta deriva filosófica producen espanto en el alma que mantiene el sentido de lo sagrado. En el alma que anhela encontrar en los templos y en el clero la encarnación del fasto divino y la misión pontifical. Enseñar, santificar, regir la vida espiritual de los fieles y de las sociedades. Conquistar almas, alentar en las tribulaciones de este valle de lágrimas, la perseverancia en la Fe, la Esperanza y la Caridad.
La Iglesia fue fundada para hacer de los hombres hijos de Dios, renovando el hombre viejo de pecado de un modo radical. La filiación divina se adquiere con el bautismo y la permanente renovación de la Gracia por los sacramentos. Algunos de ellos borran el pecado y otros fortalecen el alma. Esos mismos que el clero hoy nos niega cuando confunde todo o persigue a quienes los piden, con todo derecho, en su forma tradicional y perfecta.
Jorge Bergoglio – Francisco es quizás el más nefasto de los pontífices de la historia. Todo en él es intramundano. Dios pasa a ser, en su teología, un producto a colocar en el mercado, para enriquecer estructuras de poder con el apoyo de las masas entontecidas. Casi un prototipo del la crítica marxista, pero en este caso no criticada sino alabada por el marxismo cultural, esa mezcla demoníaca, producto final del liberalismo. Una sociedad donde los individuos se ofrecen “voluntariamente” a la opresión de los poderosos.
Nefasto será también el final, cuando Dios no quiera prolongar más el período de misericordia. El árbol de la Iglesia ha sido ya violentamente sacudido para que caigan los frutos podridos. Falta la poda, o la tala.
Y el renuevo que ya crece con vigor, nacido de las viejas raíces, para sustituir lo que se corrompió.
Aguardamos con dolorosa paciencia.
Marcelo González
(Fuente: Panorama Católico Internacional)