Hace dos años, en diciembre de 2019, escribí para Adelante la Fe un artículo titulado Cinco consejos para sobrevivir espiritualmente el 2020. Allí decía lo siguiente: «Si el signo histórico de estos últimos años se mantiene, probablemente 2020 sea un año de escándalos y tribulaciones sin número y marque el comienzo de una nueva década, en la que el destino de la Iglesia jerárquica se definirá o hacia alguna suerte de restauración, luego del desfondamiento material, moral e incluso psíquico de los apparatchiks conciliares y sus obras y pompas, o hacia su conversión definitiva en una «espiritualidad global» sincrética al servicio de la ONU y de personajes como Soros».
Me quedé corto. Las tribulaciones de 2020 y 2021 fueron casi una guerra mundial apocalíptica signada por la apostasía descarada de la jerarquía más alta de la Iglesia y la persecución, grotesca y chapucera, contra todo lo que vagamente recuerde al catolicismo.
Pero ¿qué hacer? No queda otra alternativa que resistir. Ese debe ser nuestro propósito de año nuevo, especialmente para el clero católico.
Comentaba un misionero de la FSSPX en México que desde la promulgación de Traditionis Custodes dos sacerdotes diocesanos, uno de la parroquia vecina a su capilla y otro de la catedral arquidiocesana, habían empezado a celebrar la misa tradicional, contra mundum. Y que una persona, en representación de un sacerdote de un «nuevo movimiento eclesial» otrora poderoso pero caído en desgracia por los escándalos de su demoníaco fundador, había ido a visitarlo para establecer el primer contacto con miras a empezar el aprendizaje del inmemorial rito católico.
Parece ser que muchos sacerdotes sinceros y que ven la crisis sin anteojeras ideológicas se han dado cuenta de que si algo es tan odiado por Francisco debe ser necesariamente un bien para la Iglesia.
Por eso hago un llamado a los sacerdotes: celebren sin miedo la misa que fue la fuente de la espiritualidad y de la divinización de todos los santos y que manifiesta de manera más clara los dogmas católicos. Si lo hacían antes del motu proprio, continúen con más ahínco. Y si nunca lo hicieron, qué mejor que agere contra mundum en estos momentos, y aprender a celebrar y celebrar, aunque sea en su oratorio privado y solos ante Dios, la «mayor obra de caridad que puede existir en el mundo», según el santo Cura de Ars, que es la misa católica. No un sucedáneo, quizá válido, pero peligrosamente cercano a la liturgia protestante y que ha tenido frutos tan claramente desastrosos. Sufrirán probablemente algún martirio moral, pero aprovechen, como diría el joven cristero José Luis Sánchez del Río, que es precisamente en esas circunstancias en que el cielo está barato.
Así que nuestro propósito de 2022 debe ser resistir la tiranía sanitaria en el orden temporal y la tiranía modernista en el eclesiástico. ¡Dios dará la victoria! Sea en esta vida o en la otra…