Don Pietro Leone: El Concilio y el eclipse de Dios. Parte V

LA IGLESIA

I LA IGLESIA CONSIDERADA EN SÍ MISMA

Ecclesiae tuae, quaesumus, Domine, preces placatus admitte: ut destructis adversitatibus et errores universis, secura tibi serviat libertate[1]

Tras una breve introducción para exponer la enseñanza católica en lo referente a la Iglesia en sí misma, veremos cómo el Concilio se opone a esta enseñanza.

Introducción

En esta introducción expondremos brevemente:

  1. La naturaleza
  2. El fin y los medios para alcanzar ese fin
  3. La constitución
  4. Las propiedades
  5. La necesidad de la Iglesia.
  1. La naturaleza de la Iglesia
    La Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo. El papa Pío XII declara en Mystici Corporis (1953): “Para describir esta verdadera Iglesia de Cristo… no hay nombre más noble, ninguno más excelente, ninguno más divino que la expresión ‘el Cuerpo místico de Cristo’ “. Este nombre, que se origina en las enseñanzas paulinas, significa en un sentido amplio la Iglesia como una sociedad de ángeles y hombres en la tierra, en el Purgatorio y en el Cielo; y, en sentido estricto, la Iglesia en la tierra. Expondremos el significado del nombre más ampliamente en la sección A que sigue.
  2. Fin y medios
    El fin de la Iglesia es la salvación (o santificación) de la humanidad. Los medios por los que alcanza este fin son las tres funciones que le delegó Nuestro Señor: la de enseñanza, la de gobierno y la de santificación[2], todas las cuales recibió del Padre.
  3. Constitución
    Nuestro Señor Jesucristo estableció la Iglesia como una jerarquía. Confirió al apóstol san Pedro, y en consecuencia a los obispos de Roma (los papas), el primer lugar entre los obispos y la cabeza visible de la Iglesia, constituyéndole en principio de su unidad. Como cabeza visible de la Iglesia, el Papa tiene parte en la autoridad de y representa a la cabeza invisible de la Iglesia, que es Cristo.

    Nuestro Señor confió a la Iglesia la divina revelación, las gracias que había merecido con su muerte, junto con las correspondientes funciones de enseñanza, santificación y gobierno mencionadas arriba. Fue a los apóstoles, y en consecuencia a los obispos que les sucederían y a los sacerdotes que habían de ordenar, a quienes delegó estas funciones para la salvación de la humanidad.
  4. Propiedades
    La Iglesia es indefectible, es decir que permanecerá como la institución para la salvación hasta el fin de los tiempos.
    Es infalible.
    Tiene las cuatro notas (o características) de unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad.
  5. Necesidad
    La Iglesia es necesaria para la salvación. En otras palabras, fuera de la Iglesia no hay salvación.

*

La oposición del Concilio a la doctrina católica en lo concerniente a la Iglesia en sí misma

De la enseñanza católica que acabamos de exponer, el Concilio silencia o manifiesta oposición a los dogmas referentes a:

  • El cuerpo místico de Cristo
  • La constitución de la Iglesia, es decir su jerarquía
  • Las cuatro características de la Iglesia
  • El fin de la Iglesia, es decir la salvación[3] de las almas
  • La necesidad de la Iglesia, es decir que fuera de la Iglesia no hay salvación

Trataremos aquí los tres primeros dogmas y los otros dos más tarde[4]. Concluiremos el capítulo con una sección sobre Nuestra Señora, como el más sublime y perfecto miembro de la Iglesia, así como su modelo. Las secciones de este capítulo serán, por tanto, como sigue:

A. El cuerpo místico de Cristo

B. La jerarquía de la Iglesia

C. Las cuatro notas de la Iglesia

D. Nuestra Señora

A. El cuerpo místico de Cristo

Hemos observado que el Concilio pasa en silencio sobre la doctrina de que la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo. Es cierto que el término aparece 19 veces en el Concilio, pero sólo de pasada, como sinónimo de la Iglesia Católica y sin intención doctrinal. Para apreciar lo que san Pío XII [sic] llama la “excelencia” de este nombre y lo que precisamente pasa en silencio el Concilio, nos proponemos exponerlo aquí con alguna mayor profundidad.

Consideraremos:

  1. La naturaleza del cuerpo místico
  2. La parte de él que es la Iglesia militante
  1. La naturaleza del cuerpo místico

Describir la Iglesia como un “cuerpo místico” es describirla, en primer lugar, como una sociedad de la que Cristo es la cabeza, y que consiste en los ángeles y en todos los hombres válidamente bautizados que no han sido condenados o excomulgados, o que no han apostatado formalmente, caído en herejía o cisma. Esta sociedad se extiende sobre la tierra, el Purgatorio y el Cielo (como Iglesia militante, purgante y triunfante) y, en este sentido, se la conoce como la comunión de los santos. En la tierra se distingue entre la “Iglesia visible” (por ejemplo, en sus ceremonias y en sus instituciones religiosas) y la “Iglesia invisible” (por ejemplo, en la Gracia y en la santidad de sus miembros). Se relaciona con Dios en los modos siguientes: Nuestro Señor es su cabeza, fundador, conservador, esposo y redentor; el Espíritu Santo es su alma.

“Describir la Iglesia como un “cuerpo místico” es describirla, en primer lugar, como una sociedad de la que Cristo es la cabeza, y que consiste en los ángeles y en todos los hombres válidamente bautizados que no han sido condenados o excomulgados, o que no han apostatado formalmente, caído en herejía o cisma”

Por tanto, es la relación íntima de Cristo con la Iglesia, como la de la cabeza con el cuerpo, lo que da al cuerpo, es decir a la sociedad que es la Iglesia, todas sus propiedades y características particulares: el hecho de ser sobrenatural, jerárquica, una, santa, católica y apostólica; y necesaria para la salvación[5]. Ahora mostraremos cómo Cristo es el principio de todas las propiedades y características de la Iglesia:

  • Cristo, como Dios, siendo sobrenatural, es el principio de la naturaleza sobrenatural de la Iglesia
  • Cristo, como Dios, siendo una unidad (en el sentido de compleción), es el principio de la unidad de la Iglesia en su compleción[6]: el principio de su unidad jerárquica, doctrinal[7] y sacramental[8]
  • Cristo, como Dios, siendo una unidad (en el sentido de unicidad), es el principio de unidad de la Iglesia en su unicidad
  • Cristo, como Dios, siendo la cabeza de todas las cosas, es el principio de la jerarquía de la Iglesia
  • Cristo, como Dios, siendo santo, es el principio de la santidad de la Iglesia
  • Cristo, siendo el objeto de toda la verdad sobrenatural, siendo el agente principal de todos los sacramentos y la fuente y fuerza motivadora de la santificación de todos los hombres al nivel más alto, es el principio de la catolicidad de la Iglesia
  • Cristo, como el agente principal de los sacramentos y como la base de la inmutabilidad de la Fe, es el principio de la apostolicidad de la Iglesia, de su doctrina inmutable y de su sucesión ininterrumpida
  • Cristo, como redentor, siendo necesario para la salvación, es el principio de la necesidad de la Iglesia. En efecto, el Cielo, en un análisis final, no es más que el cuerpo místico de Cristo mismo en su forma definitiva como Iglesia triunfante

Vemos, en conclusión, cómo el nombre “cuerpo místico” expresa la naturaleza de la Iglesia como una sociedad con todas sus propiedades y cómo el nombre puede en consecuencia quedar como la misma definición de la Iglesia. Silenciar o negar la definición de la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo es, por tanto, quitar toda justificación teológica posible de su naturaleza particular como sociedad y quitar todas sus propiedades y características: su dimensión sobrenatural, el ser una jerarquía, el ser una, santa, católica y apostólica y necesaria para la salvación. Es degradarla al nivel de una asociación secular, humanitaria, como cualquier otra. ¿Qué definición da el Concilio de la Iglesia en lugar de ésta? Ninguna definición en absoluto, en concordancia con su escepticismo hacia la expresión de la Verdad; más bien una imagen confusa y distorsionada de la naturaleza de la Iglesia, que presentaremos al final del capítulo 5.

  1. La Iglesia militante

Es señalable el completo silencio del Concilio, incluso en sus pasajes ortodoxos que tratan de la santidad, en lo que se refiere a la Iglesia militante. Podemos entender el término “Iglesia militante” como referido a la batalla espiritual tanto a nivel social como personal. Son ejemplos de batalla espiritual a nivel social la liberación de Tierra Santa por los cruzados y la defensa de Europa de la agresión musulmana; la batalla espiritual la da, por contraste, en el nivel personal cualquier hombre que haya vivido. Esto quiere decir que la última forma de batalla espiritual es universal y, por lo tanto, más importante que la primera.

El Concilio designa a la Iglesia en este mundo, no como “Iglesia militante”, sino más bien como “Iglesia peregrina”, un término pobre de contenido, que aplica a la Iglesia en conjunto poco más que la visión católica del hombre individual, el homo viator, que viaja al Cielo durante el curso de su vida terrena. El término “Iglesia militante”, por contraste (como el término “cuerpo místico de Cristo”), es rico en significado, de hecho, el término más expresivo para la actividad requerida de sus miembros en su paso por este mundo.

El propósito de la Iglesia y de cada hombre que haya vivido, viva o vivirá es la salvación del alma. Y, sin embargo, esta es una empresa difícil en la que, como siempre ha enseñado la Iglesia, muchos fallarán. El hombre es atacado por enemigos peligrosos e invisibles, más inteligentes que él, con gran experiencia de engaño y crimen, que trabajan contra él bien directamente o indirectamente a través de aliados humanos, los enemigos de Jesucristo conocidos como “el mundo”, o a través del enemigo de dentro, es decir la naturaleza caída, la carne, la triple concupiscencia del hombre. La intención primaria de los demonios es seducir al hombre hacia el pecado mortal y, así, impedir su salvación y consignar su alma inmortal al Infierno.

La intención de Dios, por contraste, que realiza mediante su don de la Fe, de los sacramentos, de inspiraciones, de la Providencia, y a través del ministerio de los ángeles, es que el hombre supere los ataques de los demonios y, así, alcanzar la Iglesia triunfante del Cielo, sea directamente a su muerte, o indirectamente tras pasar por el reino de la Iglesia purgante o Purgatorio. A la cabeza de la Iglesia militante está Cristo Rey, triunfante del pecado y de la muerte y de toda la raza humana, católica y no católica igualmente. Así pues, este es el drama de la vida humana y de la Iglesia en la tierra. Ciertamente es verdad que “la vida del hombre en la tierra es una batalla y sus días son como los días del soldado”[9].

[Imagen]

A la cabeza de la Iglesia militante está Cristo Rey, triunfante del pecado y de la muerte y de toda la raza humana, católica y no católica igualmente

Será instructivo enumerar los ejemplos de estos términos clave en los documentos conciliares:

  1. Iglesia militante: 0
  2. Iglesia purgante: 0
  3. Iglesia triunfante: 0
  4. Cristo Rey: 0
  5. Caída / naturaleza caída: 7, pero sólo de pasada
  6. Pecado original: 3, pero sólo de pasada
  7. Concupiscencia: 0
  8. Pecado mortal: 0
  9. Purgatorio: 0
  10. Infierno: 0[10]

Nota histórica[11]

El obispo Franic de Split había recomendado que se añadiera el título de “Iglesia militante” al título de “Iglesia peregrina” en el esquema de la Iglesia: “… no podemos alcanzar o conservar la paz de nuestras almas o de la Iglesia sin una batalla difícil y continua… con armas espirituales… ¿Cómo podemos combatir como buenos soldados de Cristo… si no cultivamos… la virtud de la resistencia al mundo maligno y ateo?” Al adoptar este acercamiento, el obispo seguía la guía del papa Pío XII, que, en muchas de sus alocuciones, había hablado de la Iglesia militante, por ejemplo, de la necesidad de todos los cristianos de estar en pie y luchar hasta la muerte, si fuera necesario, por su madre la Iglesia”[12].

Al día siguiente, sin embargo, el cardenal Wyszynski se opuso al concepto de “Iglesia militante”, afirmado que “los hombres de nuestro tiempo son contrarios a cualquier forma de lucha” y abogando en su lugar por el concepto de una Iglesia que “vivifica” y “santifica”, por tanto revelándose, como señala el profesor de Mattei, “como un representante de la línea acomodaticia hacia el Comunismo, muy diferente de la que tomó el cardenal Mindszenty en los mismos años”. El obispo croata anotó en sus memorias: “Había que seguir una nueva línea en el Concilio: nada de provocaciones o condenas a nadie, sólo discursos de paz”. Después de que el papa Pablo VI regresara de dar su famoso discurso a las Naciones Unidas: ”Non più guerra, non più guerra…[13]”, el espíritu del pacifismo recibió una cálida bienvenida de los padres del Concilio, especialmente de los cardenales Liénart, Alfrink, Léger y, sorprendentemente, del cardenal Ottaviani.

Los primados de Croacia y Polonia mencionados arriba (dos países entonces aún subyugados a la dominación comunista), así como los prelados que acabamos de mencionar, estaban por supuesto hablando en particular de batallas espirituales en su dimensión social, pero el pacifismo del Concilio no se limitaba de hecho a la esfera social: iba al abandono definitivo de la guerra y a la condonación de, y apertura hacia, el Comunismo ateo, más bien extendido también a la vida interior, y manifestando un infundado optimismo en el hombre, tanto en la esfera social como en la personal.

(Artículo original, traducido por Natalia Martín)


[1] “Admite, aplacado, te rogamos, Señor, las oraciones de tu Iglesia, para que, habiendo destruido todas las adversidades y errores, pueda servirte con libertad segura”. Colecta adicional de la misa “contra los perseguidores de la Iglesia”, abolida en los cambios litúrgicos anteriores al Novus Ordo. Ciertamente, esto no ha ayudado a la Iglesia en modo alguno.

[2] Santificación en el sentido más estricto de la palabra, que significa la administración de los sacramentos.

[3] Notamos que los medios para ese fin, es decir los tres munera, se ven desatendidos en consecuencia.

[4] En el próximo capítulo y en el capítulo 6 (sobre la dignidad del hombre).

[5] Podríamos añadir otras doctrinas a esta lista, como la indefectibilidad, pero nos limitamos aquí a los temas tratados en este libro. Explicaremos abajo con más precisión el significado de las notas de unidad, catolicidad y apostolicidad.

[6] San Cipriano declara (de Unitate Ecclessiae): “El Señor dice: “Yo y el Padre somos uno”; y también está escrito del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: “Y los tres son uno”. ¿Y cree alguno que esta unidad, que así viene de la fuerza divina y es coherente con los sacramentos celestiales, puede ser dividida en la Iglesia y puede ser separada y partida en fracciones de voluntades opuestas? El que no mantenga esta unidad no mantiene la ley de Dios, no mantiene la fe del Padre y del Hijo, no mantiene la vida y la salvación”.

[7] Porque toda la fe se centra en Él.

[8] Porque Él es quien opera como agente primario en todos los sacramentos.

[9] Job 7, 1

[10] El silencio del Concilio sobre el Infierno es el más notable a la luz de las apariciones de Fátima, de las que constituyó un tema importante. “Se ha reservado al ateísmo moderno y contemporáneo, llevado a la cima del delirio, superar la impiedad de todos los tiempos con la negación de la existencia del Infierno” Padre F.X. Schouppe, S.J. (Tan Books) en su tratamiento del Infierno, que recomendamos calurosamente al lector.

[11] RdM IV 5, p. 310-314.

[12] Discurso a Azione Cattolica Italiana, 1953

[13] “No más guerras, no más guerras”

RORATE CÆLI
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